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Actualizado: 17 de junio de 2025
El tal arcediano, que frecuentaba mucho la basílica, acudió á ella el 21 de Diciembre de 1595 á practicar sus cuotidianas oraciones, y muy contrito y devoto se hallaba arrodillado cerca del coro, mientras se cantaban las vísperas, á las que asistían también gran número de fieles, cuando héte aquí que cruzó la nave D. Diego de Ulloa, muy orondo y llevando puesta su capa de coro.
Un día estaba jugando con un látigo cerca de uno de los carros que estaban en el patio, adonde habían ido a cargar harina. Uno de los caballos se asustó de pronto, y el carretero, un borracho brutal, arrancó el látigo de las manos del niño y con él le cruzó a éste la cabeza y el cuello.
Desde por la mañana, desde que he visto salir el sol, he corrido hacia ti; pero la tierra parecía adherirse a mis pies. ¡Mil obstáculos, mil aventuras, mil desgracias! Ya es mi caballo, que cae muerto sin que se comprenda por qué; monto otro caballo, veloz como el viento, y sigo devorando el espacio. Ya es un río que me ataja el camino; me lanzo al agua y lo cruzo a nado.
Eran las infames palabras que Velázquez acababa de pronunciar en presencia de la gente: «¡Me carga! ¡Me sofoca! ¡La he recogido en medio de la calle!...» No quiso entrar en la tienda en tal estado de agitación, por si había gente dentro: cruzó el paseo y se arrimó al pretil de la muralla.
El resplandor que la víspera de San Juan empezó a parecerle siniestro, y que la noche en que Gertrudis estalló en sollozos en medio de su canto, cruzó su frente como un relámpago para extinguirse un instante después, ese resplandor sube ahora ante sus ojos como el disco chispeante del sol.
¡Soy yo quien te llama, hijo! profirió la señora irguiendo altivamente la cabeza. Todavía tardó aquél en aparecer. Al fin se presentó y cruzó el gabinete tan confuso que bien se notaba que había visto a Mario, por más que afectase otra cosa. ¿Qué tenías que hacer, hijo? le preguntó la señora con acento altanero. Moreno balbuceó una disculpa ininteligible.
Y separándose con rapidez de Algalia, que maquinalmente había recogido el pliego, estrechó la mano a la duquesa, que intentó en vano detenerle, saludó al cura, hizo a los restantes una inclinación de cabeza, mirando profundamente a Josefina, extrañada de tan repentina despedida; salió del comedor, cruzó las salas, y un momento después el portero, descubriéndose respetuosamente, le abría la lujosa verja del parque.
Postrose, en efecto, humildemente ante la imagen, persignose rápidamente, cruzó las manos sobre el pecho, y, volviendo el rostro hacia su doncella con sonrisa dulce, le dijo: Ya puedes empezar. ¡Señorita, por Dios!... tornó a exclamar Genoveva toda confusa.
La sombra melancólica del P. Enrique cruzó por su mente, entristeciéndola. Miró la imagen del Cristo muerto y se le antojó que se parecía al P. Enrique. Era de día claro. Entraba el sol por la ventana, y sin embargo, sintió cierto temblor al mirar el Cristo. Acudió a él precipitadamente y le cubrió con el otro cuadro. Como para apartar de sí toda imagen tétrica se miró entonces al espejo.
Cruzó por su pensamiento una idea que la había halagado en los últimos días, cuando el joven la acompañaba en sus paseos. Ella podía abandonar á Torrebianca, que era un náufrago incapaz de salir á la orilla, é irse con Watson por el mundo. Un hombre enérgico y algo inocente como este joven, aconsejado por una mujer experta, podía acabar triunfando en cualquier país.
Palabra del Dia
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