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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Anoche doña Catalina me dió una carta de la duquesa de Gandía para su padre, y su excelencia quiso atraerme á su partido creyéndome su enemigo. Se os presentó, pues, una buena ocasión de ceder. Si hubiera cedido, el duque hubiera desconfiado de mí. Vuestros hechos le hubieran convencido. Pues ved ahí, señora: de tal modo hablé con el duque, que hoy me cree más enemigo suyo que ayer.
Cree más bien que eres el hijo de aquel fraile, que te engendró antes de entrar en la regla, y hasta que eres el nieto de aquel otro aventurero Morsamor que andaba por el mundo en el reinado de Enrique IV de Castilla. Morsamor replicó: Quiero suponer que tienes razón en lo que dices. Me serenaré; me aquietaré creyéndome otro del que era.
Vino la gangrena y no me dejaba. Creyéndome un día curado, bajé de la flota, y dale otra vez. Por fin un amigo segoviano arrimome un caño de arcabuz bien rojo a la llaga, y poco después pude pasearme. Propúsole el mismo remedio. El mancebo se prestó, y un candente barrote aplicado a la herida le dejó curado para siempre.
Desalentado, en un momento de cansancio y de debilidad, me tendí al sol y quedé dormitando. Me despertó una voz y el ruido de los remos. Una trainera llegaba en mi auxilio. En ella venía Agapito, el novio de Genoveva, y otros marineros. Al verme tendido se asustaron, creyéndome muerto. Unos chicos de un bote contaron espantados en Lúzaro que habían visto fuego en Frayburu.
Han pasado algunos meses desde que mis ojos y mi espíritu contemplaron aquel espectáculo estupendo, y aún, durante la noche, suelo despertarme sobresaltado con la sensación del vértigo, creyéndome despeñado al profundo abismo... De improviso apareció, en una altura, la poética hacienda de Cincha, desde la que se distingue una vista hermosísima.
Hace ya cerca de dos años que él me ama de amor, que me respeta cuando todos me desdeñaban, que me trata como a una señora y como a una santa cuando todos me juzgaban una perdida, que no ha sentido vergüenza ni ha vacilado en ofrecerme su mano y en darme su nombre, que aun viéndose desdeñado por mí ha seguido amándome y que me ha celado, y creyéndome pocos días ha prendada de otro hombre o harto liviana para concederle favores, ha faltado poco para que se muera de pena. ¿Qué hay, pues, de absurdo ni de repentino en este compromiso?
Y reposo tan tranquilamente, en el presente, en mi lecho, que a contemplarme se me creería muerto, y podría estremecer al que me viera, creyéndome muerto. Las lamentaciones y los gemidos, los suspiros y las lágrimas son apaciguadas entre tanto por esta horrible palpitación de mi corazón; ¡ah, esta horrible palpitación!
Y dormías tranquila creyéndome en una tumba más segura que la tuya. Yo también he salido, sin embargo, y vengo á pedirte cuenta de todo lo que he sufrido. Lea movió la cabeza y dijo sordamente: ¿Has sido tú solo el que ha sufrido? ¿La responsabilidad de lo ocurrido es de los demás ó de ti mismo? ¿Es posible que hayas olvidado lo que hiciste?
Así, cuando el editor de La Regenta me propuso escribir este prólogo, no esperé a que me lo dijera dos veces, creyéndome muy honrado con tal encomienda, pues no habiendo celebrado en letras de molde la primera salida de una novela que hondamente me cautivó, creía y creo deber mío celebrarla y enaltecerla como se merece, en esta tercera salida, a la que seguirán otras, sin duda, que la lleven a los extremos de la popularidad.
Palabra del Dia
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