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Actualizado: 25 de junio de 2025


Al principio creí que aquella circunspección procedía de considerarse ya demasiado formales para corretear, y me pareció cómica; pero observando mejor, me convencí de que algo serio pasaba entre ellas, y como no tenía otra cosa que hacer, cambié de silla disimuladamente y me acerqué cuanto pude a fin de averiguarlo.

¡Oh! no, dijo entonces el capitán; nada menos que eso. Juro, á fe de quien soy, que no la conocía, y que nunca creí hallar tan bella patrona en tan incómodo alojamiento. Es todo lo que se llama una verdadera aventura.

Aún en medio de sus preocupaciones, Torrebianca pensaba en su mujer. ¡Pobre Elena! He hablado con ella hace un momento... Creí que iba á sufrir un accidente al contarle yo cómo había visto el cadáver de Fontenoy. Este suceso ha perturbado de tal modo su sistema nervioso, que temo por su salud.

Me dice el corazón que está buena y sana, que volverá hoy... declaró Doña Paca con ardiente optimismo, viendo todas las cosas envueltas en rosado celaje . Por cierto que... Perdone usted, señor mío: hay tal confusión en mi pobre cabeza... Decía que... Al anunciarse el señor D. Romualdo en mi casa, yo creí, fijándome sólo en el nombre, que era usted el dignísimo sacerdote en cuya casa es asistenta mi Benina. ¿Me equivoco?

Lucía la tomó aparte para que pudieran hablar Julio y Muñoz, pero dirigiendo hacia ellos, de vez en cuando, una graciosa mirada de curiosidad. ¿ la conocías, entonces? Te lo dije aquella vez, repuso Julio. No lo recordaba. Te dije que la conocí en casa de las Aliaga. Creí que bromeabas, que te querías burlar de . No me lo dijiste muy claro, en todo caso.

Malespina se quedó solo conmigo, y entonces creí que iba a callar por no juzgarme persona a propósito para sostener la conversación. Pero mi desgracia quiso que él me tuviera en más de lo que yo valía, y la emprendió conmigo en los siguientes términos: «¿Usted comprende bien lo que quiero decir? Siete mil toneladas, el vapor, dos ruedas... pues.

Mi presencia en este lugar no despertó al parecer, ninguna atención particular; creí únicamente ver pasar por la frente de la señorita Margarita, una nube de descontento, y me devolvió el saludo con notable sequedad.

Ahí lo tiene usted, en esa mesa; quítele el papel de seda y contemple ese horror... ¿Qué dice usted de eso? Yo creí que esa joven tenía talento, o, a falta de talento, ingenio... Pero nada, no tiene nada... Esto es tan torpe como feo... sin elegancia, sin expresión, sin poesía... Contemplé la miniatura y la verdad es que no se parecía al modelo. Los ojos son hermosos me atreví a decir.

Me hallaba hacía media hora, sumergido en una especie de entorpecimiento, cuya somnolencia uniforme me presentaba la ilusión de suntuosos festines y campestres fiestas, cuando el ruido de la puerta que se abría, me despertó sobresaltado. Creí soñar aún, viendo entrar á la señora Vauberger con una gran bandeja sobre la que humeaban dos ó tres odoríferos platos.

Creí que aquel hombre era el carácter cómico, el bufo, el payaso. ¡Qué gestos! ¡Qué gritos! ¡Qué contorsiones! Pero la puerta del fondo se abre, como sale una bala del cañon. ¿Qué es eso que asoma? ¿Qué es ese bulto que sale corriendo, voceando, con el sombrero calado hasta las orejas, y con un frac cuyas estrechas puntas van golpeando sobre los talones de aquel bulto? Es el actor cómico.

Palabra del Dia

rigoleto

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