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Actualizado: 25 de junio de 2025


Iba la abuela a protestar vigorosamente, cuando me apresuré a calmar a Celestina recordándole las palabras de San Pablo: «El que casa a su hija hace bien; el que no la casa hace mejorCreí que se iba a desmayar de gusto al oír estas palabras. Ese es un santo bueno... Ese es un santo grande... Ese es un santo... santo. No hay como los apóstoles. No hay como los Papas replicó la abuela.

Una mañana de primavera, impresionado por la reciente lectura de cierta novela de Octavio Feuillet, iba paseando distraído por aquellos silenciosos lugares gozando de la frescura y aroma de los árboles y de la grata soledad que allí imperaba. De pronto, al pasar por delante de uno de los palacios, creí percibir rumor de voces en el jardín.

Cuando entré en la habitación en ese momento, y vi sobre el brazo del sofá su rostro, pálido como la cera, con los ojos cerrados, quedé como si me hubiera herido un rayo. Creí ver en realidad su cadáver ante mis ojos. Caí de rodillas delante del canapé y le cubrí de besos la boca y la frente.

Creí entonces que todo había pasado del mejor modo posible, y que mi tío nada sabía. ¡Cómo podía yo adivinar que el pobre joven había sido maltratado por el mayordomo, despojado de sus vestidos y azotado hasta hacerle saltar la sangre, sin que el dolor le hubiese arrancado ni una queja, ni una palabra!

Es cierto que no he dejado en él señal ninguna porque creí que no subiría nadie, pero estas señoras son testigos de que he venido ocupándolo desde Valladolid. Las señoras corroboraron el aserto con un murmullo y una inclinación de cabeza.

Pero entonces bajaste la cabeza... y huiste; y yo creí lo peor, porque no podía creer otra cosa; y el daño quedó hecho así. Ahora, cuando menos tengo que dudar, me afirmas lo contrario; y una duda no es bastante remedio para curar una herida tan grande. »¿Qué había de replicar yo a este nuevo latigazo de la justicia de Dios!

Se refieren a personas a quienes la señora de Jansien favorece con su benevolencia. ¿Mi mujer?... La señora de Jansien favorece... La señora de Grevillois y su hija Luciana. El hombre abrió los ojos con asombro. ¿Grevillois? ¿Luciana? No las conozco... Yo insistí: Su señora de usted recibe a esas personas, y creí... Pregunte usted a mi mujer... Yo no nada.

El año pasado tuve intención de llevarle a la escuela, en Frisco, pero, cuando se habló de traer aquí una maestra, esperé hasta que la vi a usted y entonces creí la cosa arreglada y que podía guardar a mi hijo algún tiempo más... ¡Si supiese, señora, lo que él la quiere!

¿Qué sueño de vals desagradable para Vd.? me dijo de pronto, sin dejar de recorrer el salón con la vista. Un vals de delirio... no tiene nada que ver con esto me encogí a mi vez de hombros. Creí que no hablaríamos más esa noche. Pero aunque María Elvira no dijo una palabra, tampoco pareció hallar al compañero ideal que buscaba.

Ella es la que se empeña en eso dijo con despecho el marqués ; yo bien me figuré que era un disparate... por más que no creí a mi mujer tan endeble.... En fin, ahora tratamos de que no nazca el niño para rabiar de hambre. ¿Tendré tiempo de ir a Castrodorna? La hija de Felipe el casero, aquella mocetona, ¿no sabe usted?... ¿Pues no he de saber? ¡Gran vaca!

Palabra del Dia

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