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Actualizado: 14 de julio de 2025


Por absurdo que el aviso debiera parecer, reprodujo en Antonio Pérez una de aquellas crisis temerosas alimentadas por la suspicacia del carácter.

Las violencias pasajeras de los vientos, las crisis de la evaporación, las obscuras fuerzas eléctricas, producían las tempestades. No eran mas que estremecimientos cutáneos. La tormenta mortal para los hombres sólo contraía la epidermis marina, mientras la masa profunda de sus aguas permanecía en lóbrega calma, para cumplir la gran función de amamantar y renovar los seres.

Pero después de aquella sacudida que el amor le dio, entrole tal gusto por las grandes creaciones literarias, que se embebecía leyéndolas. Devoró el Fausto y los poemas de Heine, con la particularidad de que la lengua francesa, que antes le estorbaba, se le hizo pronto fácil. En fin, que mi hombre había pasado una gran crisis. El cataclismo amoroso varió su configuración interna.

El olor a colonia desapareció, como deslumbrado por el más picante y complejo, que era una atmósfera casi espiritual de Serafina; aquel olor a perfumes fuertes, pero finos, mezclado con el aroma natural de la cantante, era lo que determinaba siempre en Bonis las más violentas crisis amorosas.

Había sufrido recientemente la pérdida de algunos miles de pesos, de dos caballos de valor y de un ciudadano preeminente, y en la actualidad pasaba por una crisis de virtuosa reacción, tan ilegal y violenta como cualquiera de los actos que la originaron. El comité secreto había resuelto expulsar de su seno todo miembro podrido.

Entonces, viendo que sus esfuerzos eran inútiles para impedir aquel matrimonio rechazado por los progresos biológicos, se le declaró una tristeza negra que le privaba del apetito y del gusto por la experimentación. Esta gran melancolía hizo crisis a los pocos días con una extraña explosión que puso en espanto a toda la familia.

Cuando la luz de su linterna se hubo desvanecido á lo lejos por completo, el joven ministro se dió cuenta, por la especie de desmayo que le sobrecogió, de que los últimos momentos habían sido para él una crisis de terrible ansiedad, aunque su espíritu había hecho un esfuerzo involuntario para salir de ella con la especie de apóstrofe semijocoso dirigido al Sr. Wilson.

¡Más calma, más calma! es fácil de decir. ¿Cómo quieres que asista impasible a la crisis que nos aplasta? Desearía que usted tuviera en plena confianza respondió Juan, que evidentemente quería eludir las preguntas sobre asuntos y números. ¡Ah, mi pobre Juan! tengo absoluta confianza en ti, puedes estar seguro. Pues bien; si es así, ¿por qué se inquieta?

Su situación financiera no es tranquilizadora; el aumento de los gastos sin una progresión análoga en los ingresos, los empréstitos sucesivos en vista de la adquisición de elementos de guerra y las deficiencias dolorosamente comprobadas en el sistema administrativo: he ahí las causas principales de una crisis que no tardará en tomar proporciones alarmantes.

Aquello no había sido mas que una crisis propia de su estado: tal vez habría cogido frío. Había que cuidarse, que el tiempo era muy perro. Al quedar solos los jóvenes, Isidro habló a la enferma del miedo que había sentido. Creía que ibas a morir, que te perdía en un instante. Y añadía con sencillez, temblando aún su voz con el recuerdo de la pasada emoción: ¡Ay, Feli! ¡No mueras, mi alma!

Palabra del Dia

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