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Pero cada bocado nos ahogaba y me costaba un triunfo contener el llanto. El pobre cura había pasado una noche de insomnio. Estaba demasiado triste para poder dormir y por otra parte como no le era posible acompañarme hasta C *, había escrito esa noche a mi tío una carta de diez y siete carillas en la que, según supe después, le enumeraba todas mis cualidades pequeñas, grandes y medianas.

Todos los parroquianos se reían, y hasta el mismo cafetinero desarrugaba el ceño, a pesar de que conocía el final de tales bromas y lo mucho que costaba ponerlos en la calle. Pero al beber otra vez, tornáronse melancólicos.

Al fin la cuarta se quedó. ¡Y qué lindamente comenzó a chupar el ángel mío! Me costaba trabajo no saltar de alegría... ¡como me cuesta ahora!... Pero seamos graves... seamos graves y cargantes como el señor conde... Dime, fastidioso, ¿cómo te has arreglado para traerla? Cuéntame. ¡Qué cara tenías ayer noche al abrir la puerta del salón! La cosa no era para menos.

El sentimiento de protección, la conciencia de los deberes que tenía que llenar hacia su hermana, le hacía no pensar en mismo. Al contrario, cualquier atención de Aurelia le sorprendía, y la agradecía como si viniese de un niño. Ambas existencias se fueron compenetrando. Vivían modestamente. El cuarto les costaba veinte duros. No tenían más que una criada.

Pues si vamos al coche, no es posible imaginarse los temores, las agitaciones sin cuento que le costaba. Cada vez que el cochero le decía que un caballo estaba desherrado, era un disgusto. Tenía un tronco de yeguas francesas de bastante precio. Las mimaba tanto o más que a sus hijos. Sacábalas a paseo por las tardes; pero no le conducían al teatro por miedo a una pulmonía.

Maderas de raíz de nogal con filetes negros, y cuero cordobés con grandes clavos de níkel; armarios llenos de libros regularmente grandes, lujosa y severamente encuadernados; cortinones de color de café con rica y severa pasamanería; alfombra persa de severos colores; coronas de marqués en cada paño y en cada mueble; algunos cuadros al óleo, de tan severo gusto, que costaba trabajo descifrar el asunto de ellos debajo de la pátina que los obscurecía..., y así sucesivamente.

Diciendo esto, corría la hermosa doncella por el centro del arroyo, llevando posado en el hombro su asustado halcón, apartando rápidamente con las manos las ramas que le impedían el paso, saltando á veces de piedra en piedra y ganando terreno con ligereza tanta que á Roger le costaba trabajo seguirla.

Lo que más costaba al consejero era contrarrestar el efecto de insinuaciones que partían de elevadas personas, del Secretario de Estado Villeroy entre ellas, en favor de la paz con España, recordada á cada nueva victoria de las del Conde de Fuentes. Un incidente imprevisto estuvo á punto de poner á Pérez en apuro.

Como no le costaba trabajo desempeñarlo por no estar enamorada ni mucho menos, respondió en tono dulce y grave: «Yo estoy dispuesta a hacer todo lo que usted me mande».

Gracias a Dios, hombre. Le costaba mucho trabajo decirlo. La otra le ayudaba. Se llama For... For... narina. No. For... tuna... Fortunata. Eso... Vamos, ya estás satisfecha. Nada más. Te has portado, has sido amable. Así es como te quiero yo. Pasado un ratito, dormía como un ángel... dormían los dos. v