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Actualizado: 26 de junio de 2025
Mi sombrero... mi abrigo... mi bastón... gritó en el corredor. ¡Pero el café, Dios mío, el café! gritó la vieja desde la cocina, más fuerte aún, si esto era posible. ¡Bueno, pero pronto entonces! replicó él, siempre en el mismo tono. Es preciso que esté aquí antes de que yo haya concluido de leer mis cartas.
Había pasado el domingo en una pequeña viña que tenía cerca de Jerez un corredor de vinos, antiguo compañero de armas del período de la Revolución. Todos los admiradores habían acudido al enterarse del regreso de don Fernando.
¿Sería quizá en el cuarto vecino, o en el corredor de entrada, o tal vez en el bulevar, algún incendio formidable que hiciera penetrar a través de las maderas sus inflamados miasmas?
Atravesamos todo el corredor, risueño con la luz matinal y el perfume de las plantas que allí había; bajamos escaleras, recorrimos pasillos, y, por fin, Antonio abrió una pequeña puerta, que, al girar en sus goznes, dejó escapar un fuerte olor a papel y badana viejos. En seguida comprendí que era el archivo de la casa.
Eran las casas pequeñas, como sus monumentos, pero muy lindas y alegres, con su rosal y su estatua a la puerta, y dentro el corredor de columnas, donde pasaba los días la familia, que sólo en la noche iba a los cuartos, reducidos y oscuros.
El departamento que ocupaba era una construcción ligera, añadida treinta años antes al edificio. Las cuatro piezas de que se componía estaban separadas por tabiques de madera. La antesala daba por un lado al salón y por el otro a un largo corredor que conducía a la habitación del duque.
Demasiado se sabe que usted no se ha de casar con Valentina... Usted la quiere para pasar el rato por las noches con ella en el corredor y hacer sus escapaditas adentro, ¿verdad? Y después ¡ahí queda eso!... La verdad, yo quería mucho a esa niña... La voz del barbero volvió a temblar y la mano también. Pablito no pudo siquiera hacer otro tanto. Estaba petrificado.
El terrible Piscis se destacó acto continuo, trepó por la esquina de la pared y con su bastón lo apagó al instante, rompiendo, por supuesto, el tubo. Un bulto de mujer apareció en el corredor. Pablito se cogió de un salto a las rejas. Luego escaló por ellas y montándose en la baranda, se introdujo sin hacer ruido en él.
Arriba encontró su habitación llena de amigos, señores que le tuteaban, e imitando el habla rústica de la gente del campo, pastores y ganaderos, le decían golpeándole los hombros: Has estao mu güeno... ¡Pero mu güeno! Gallardo se libró de esta acogida entusiasta saliéndose al corredor con Garabato. Ve a poner el telegrama a casa. Ya lo sabes: «Sin noveá.» Garabato se excusó.
Y siempre se encontraba en el corredor, al volver, a la enfermera, que le esperaba. ¿No se ha acostado usted aún? preguntaba con tono indiferente . ¡Buenas noches! Ella respondía, con voz apenas perceptible: ¡Buenas noches!
Palabra del Dia
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