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Actualizado: 26 de junio de 2025
Pero una mujer que estaba en un corredor tendiendo ropa y había oído la última pregunta, respondió por él. Sí, señora, sí; el tío Goro y la tía Felicia viven en aquella casa que tiene un árbol grande delante. Vea usted; ahora sale el tío Goro con un jarro á ordeñar. D.ª Beatriz se dirigió á la casa señalada. El tío Goro ya había entrado en el establo.
¿Qué estás diciendo, Celso? ¡No entiendo una palabra! exclamó riendo la zagala. Los demás también reían sin comprender. Iba el flamenco á proseguir en sus piropos exóticos aprendidos allá en la tierra de María Santísima entre tragos de manzanilla y bocados de gazpacho blanco, cuando una voz bronca gritó desde el corredor vecino: ¡Celso! ¡Celso! Y apareció el rostro espantable de la tía Basilisa.
Sin duda la repulsa sufrida la había herido y no quería exponerse á otra. Un día que D. Félix después de comer se hallaba de mejor humor y departía amigablemente con los mayordomos debajo del corredor emparrado, D.ª Robustiana se aventuró á decirle: Mañana es día de amasijo, señor, y además tengo que colar la ropa de dos semanas... ¿Quiere que mande un aviso á Flora para que venga á ayudarme?
¿Ana, adónde vas? ¿Qué tienes, Ana? ¿Salir tú del cuarto a estas horas? ¡Ana! ¡Ana! Déjame, niña, déjame. Hoy, yo tengo fuerzas. Llévame hasta la mitad del corredor. ¿Del corredor? Sí: voy al cuarto de Lucía. Pues bueno, yo te llevo. No, mi niña, no se sentó un momento, con Sol a sus pies, le abrazó la cabeza, y la besó en la frente. Nada le dijo, porque nada debía decirle.
Con el de tratante en esclavos, hallamos á un Francisco Diaz, que vivía en la collación de la Magdalena en 1564 y con el de corredor, á un Francisco Barja, vecino en la calle de San Roque, según consta del Padrón de 1691 .
El atrio al principio fue la casa entera, y después no era más que el portal, de donde se iba por un pasadizo al patio interior, rodeado de columnas, adonde daban los cuartos ricos del señor, que para cada cosa tenía un cuarto diferente: el cuarto de comer daba al corredor, lo mismo que la sala y el cuarto de la familia, que por el otro lado abría sobre un jardín.
En efecto, en el corredor atrapome la señora condesa, la cual después de mostrarse sorprendida y no muy agradablemente con mi presencia, me saludó, obligándome a pasar a la sala. ¿Estabas aquí? preguntó a su hijo.
Sólo quedaban, junto a una ventana, un corredor del matute paladeando medias copas en compañía de un tendero de ultramarinos, y al extremo opuesto, en lo más oscuro del local, una chula y su novio, que en voz baja se decían ternezas envueltas en desvergüenzas.
Don Víctor no llevaba traza de poner fin al palique y Ana misma se creyó en el caso de decir: Vaya, vaya... hasta mañana; Víctor, adentro, adentro. Y cerró las vidrieras en las narices de Álvaro y de los pollos. Paco y Joaquín desaparecieron en lo obscuro del corredor. Quintanar ya estaba de espaldas, allá en el fondo de la alcoba, en mangas de camisa.
Estas aumentaron, cuando lo sorprendí, al atardecer, en la penumbra del corredor, hablando en voz baja con Joaquín, su mozo de estribo y hombre de toda confianza. Simulé no haberlos visto, y pasé de largo; pero resolví empaquetar mis antiguallas y remitirlas a México, cuanto antes, mientras encontraba yo la oportunidad de deshacerme del Administrador.
Palabra del Dia
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