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Mi mamá nos ha visto dijo . Sr. de Araceli. Escápese usted, sálvese usted, pues todavía es tiempo. Subamos, y diciendo la verdad nos salvaremos los dos. En el corredor Presentación cayó de rodillas ante su madre que al encuentro nos salía, y exclamó con ahogada voz: Señora madre ¡perdón!, yo no he hecho nada. ¡Qué horas son estas de venir a casa!... ¿Y D. Paco, y las otras dos niñas?...

¿No queréis entrar? dijo Dorotea empujando una puerta al fondo del corredor, y entrando en un pequeño aposento. A pesar de que como había sido pronunciado aquel ¿no queréis entrar? suponía lo mismo que esta otra frase: haréis bien en iros, porque estorbáis, don Bernardino se hizo el desentendido y entró.

Y la vieja, de pronto, le cogió la mano a Pomerantzev y se la llevó a los labios. El se puso muy colorado, como se ponen los hombres que ya peinan canas y tienen arrugas en la cara, y exclamó con indignación: ¡Vamos, señora, vamos! ¿Se les besa la mano a los hombres? Y salió de la estancia. El corredor estaba mal alumbrado. Pomerantzev marchaba lentamente.

El menor ruido me hacía temblar, el grito de un pájaro casi me hizo desvanecer de angustia. ¡Oh! tenía en mi pecho la salvación de mi hija y estaba todavía en poder de mis tiranos. No podía permanecer en aquella dolorosa perplejidad, y quizá, ofuscada hasta la locura, por un ruido en el corredor, iba a precipitarme hacia el vacío, cuando se me ocurrió una idea salvadora.

El deseo de ir en su ayuda me ahogaba; pero no me atrevía a acercármele y echarle los brazos al cuello para consolarla. Cuando estuve en cama, la necesidad de brindarle mi ternura se apoderó de con nuevas fuerzas: me levanté, y en camisa, como estaba, me aventuré por el corredor obscuro. Permanecí largo rato delante de su puerta, temblando de frío y de miedo, con la mano sobre el botón.

Cuando se asomó al corredor vió delante de la casa á todas sus compañeras, quince ó veinte zagalas de Canzana que habían resuelto bajar á despedirla. Un torrente de lágrimas se escapó de sus ojos.

Las nueve sería, cuando los tres entraban por el portal de la casa de corredor, y no fue poco su asombro al ver en el patio resplandor de hoguera y multitud de antorchas, cuyas movibles y rojizas llamas daban a la escena temeroso y fantástico aspecto. ¿Qué era aquello?

Lázaro se retiró, empujado por ella precipitadamente. Entró corriendo en su cuarto antes que Coletilla llegara, y arrojándose en el lecho, fingió que dormía. El fanático entró poco después y se acostó murmurando. Cuando apagó la luz, Lázaro se incorporó en su lecho con mucha cautela, y asomándose por una ventana que daba al corredor, miró hacia afuera.

Del grupo de éstas observó que se destacó una niña y vino a sentarse sola debajo del corredor donde él se hallaba: la miró un instante, mas no pudiendo verle la cara, entornó de nuevo los ojos hacia la danza. Al cabo de un rato percibió vagamente una voz detrás de : Oiga decía la voz. Pero no imaginando que se dirigían a él, siguió en su cómoda postura. Oiga repitió la voz un poco más fuerte.