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Vaya usted mañana a verme a las dos concluyó la señora de Aymaret . Tenemos que tratar una cuestión muy seria, el de la conducta a seguir respecto a Beatriz. Hasta mañana, pues, señora... y todavía una vez gracias mil... ¡Oh, gracias mil! Y ganó la puerta del corredor mientras que ella entraba en su palco.

Si posible fuera... Tengo algún apetito. Y como ya deseaba hablar, añadió, sonriendo con amabilidad: ¿No baila V. con las otras jóvenes? La he visto a V. muy solita ahí debajo del corredor. Nunca bailo respondió toda confusa la niña, como si le imputasen alguna falta grave. ¿No sabe V.? , señor, , pero... Vamos, no le gusta. Antes me gustaba mucho; ahora, no tanto.

Tienes razón, Lerma, tienes razón; y ahora más que nunca conozco el grande afecto que me tienes; no me gusta estar reñido con la reina. Voy... voy... adiós, Lerma, adiós. Y el rey abrió una puerta, atravesó un largo corredor, abrió otra puerta y se encontró en la recámara de Margarita de Austria. La reina leía. Al ruido de los pasos del rey volvió la cabeza.

Delante de la puerta del cuarto de Olga, se detuvo estupefacto: veía la raya de luz que penetraba en el corredor por la rotura de la madera. Tocó la puerta sin obtener respuesta: no obstante, entró. Un segundo después, la casa se conmovía hasta sus cimientos, como si el techo se desplomara.

En Manzanos, al acercarme al hotel para averiguar algo de mi carruaje, vi... ¡mis pobres equipajes, abandonados bajo un corredor!

En la parte del corredor que había de recorrer el Viático, mandó que se pusieran las niñas que lucían pañuelo de talle, y como no tuvieran velas, ordenó que se les diesen.

Presentíase allí una de esas catástrofes sumamente grandes para caber dentro del hogar, y que se desbordan hasta el exterior. Cuando llegué, percibí gemidos sollozantes. Salían del fondo de un pequeño corredor, de dentro de una gran habitación atestada y clara como una sala de estudios.

Empezaba á pensar con pena en la renuncia de tantas ocasiones tentadoras, cuando un corredor de propiedades, de los que atisban al extranjero, le sacó de esta situación embarazosa. ¿Por qué no compraba un castillo?... Toda la familia aceptó la idea. Un castillo histórico, lo más histórico que pudiera encontrarse, completaría su grandiosa instalación. Chichí palideció de orgullo.

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.

De súbito resonó en el corredor el ruido seco de los pasos de Oliverio y apenas me quedó tiempo para deslizarme hasta la puerta antes de que llegase. Te esperaba me dijo sencillamente para persuadirme de que no me había visto salir del cuarto de Magdalena o que nada que objetar tenía por el hecho.