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Actualizado: 6 de noviembre de 2025


Espero que de aquí en adelante podré vivir como un hombre cualquiera, que no tiene suspendidas sobre su cabeza coronas de muerte. Ya han pasado los famosos cuarenta días, y la ansiedad, la manía de persecuciones y los horribles gritos que esperaban de , pasaron también para siempre.

Y el Lábaro divino, presagio de una gloria verdadera, hizo triunfar, al par que a Constantino la causa santa del que en él muriera. Y tuvo desde allí mejor destino el que un suplicio vil tan sólo fuera, brillando con fulgores celestiales en las mismas coronas imperiales.

Sin embargo, no tenía sino muy vagamente el sentimiento de cometer una falta; mi laxitud era demasiado grande. Me parecía también ver sin cesar estallar en mi cabeza burbujas de las cuales salían rosas que producían siempre nuevas coronas de flores. Todavía después oía un silbido de un oído a otro; se habría dicho que una mecha azufrada me atravesaba la cabeza y que la habían encendido.

Era banquero muy rico, y parecía querer darlo a entender en su persona cargándola de oro y pedrería, de paños finísimos y de holandas impalpables; y además, caballero gran cruz de Carlos III, y capaz de pesar en oro al ministro que le diera el derecho de poner sobre el escudo de armas que ya usaba en sus tarjetas, siquiera la más modesta de las coronas nobiliarias.

La chica, señalando seis o siete grandes cajas de cartón que había sobre la mesa y en el suelo, repuso: Aquí están las coronas que ha encargado la señora para el cabo de año. ¡Baja esa voz! ...no las han traído antes porque no habían llegado, y dice el dependiente de la tienda que tenga la señora la bondad de escoger ahora mismo la que quiera porque hay muchos pedidos.

Al concluir el drama, aclamaciones y ovaciones levantaban humo. Apolonio, frente a la concha del apuntador, recibía el homenaje de la multitud, henchido de vanagloria, pero indiferente en el gesto. Cayeron a sus pies varias coronas de cebollas, ajos y puerros, adornadas con cintas de colorines.

Creo que hasta los muertos se levantaban para gritar «¡Viva el Emperador!», y cuando a la noche siguiente encendimos una gran hoguera en este mismo sitio donde ahora estamos, y vino él a situarse allí enfrente para recibir al Emperador de Austria, parecía un dios rodeado de aureola de fuego y teniendo al alcance de su mano los rayos con que destruía tronos y reyes, imperios y coronas.

No alhambras, no coronas quiero; no ansío ni por esclavos ni por tesoros; no anhelo por las fiestas ni por las zambras; quietud quiero, mi hogar me basta, los bienes de mis padres me sobran en parte; y puesto que mi dicha me ha dado una en una religión santa, en ella quiero morir a trueque de los mayores bienes, ya que bienes queréis llamar a los que, si se consiguen, han de comprarse en tantos duelos, fuerzas, lágrimas, hogueras y muertes.

Más querrán ellos estarse en sus casas que no salir á ver todas las iniquidades que cometen los hombres. Puedo asegurar á usted dijo el abate con sonrisa diabólicamente irónica que no se han quejado, ni se quejarán por el paseo. Lo mejor de la procesión es la comitiva que tenemos organizada. Irán catorce vírgenes vestidas de blanco, con coronas de rosas, velos, escapularios, y cirios en las manos.

Las coronas con que había adornado la piedad patriótica algunos de estos sepulcros se ennegrecían y deshojaban. En unas cruces los nombres de los muertos eran todavía claros; en otras empezaban á borrarse y dentro de poco serían ilegibles. «¡La muerte heroica!... ¡La gloria!», pensaba Chichí con tristeza.

Palabra del Dia

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