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Actualizado: 29 de junio de 2025
Uno de sus perros murió con la cabeza apoyada en sus rodillas, mirándolo hasta el último instante con sus ojos apagados y tristes, y cuando lo vio ya rígido, cuando sintió frío e inerte el cuerpo antes vibrante bajo sus caricias, cuando hubo comprendido el misterio de la muerte, el llanto, un llanto mudo y copioso se desbordó de sus ojos.
Bastante he trabajado en este mundo. ¡Peor sería eso que dicen que dice Alancardan, o san Cardan, o san Diablo! pues... que.... No sabía cómo explicarlo el pobre don Frutos. «Ello venía a ser que en muriéndonos íbamos a otra estrella, y de allí a otra, a pasar otra vez las de Caín, y ganarnos la vida». La idea de volver, en Venus o en Marte, a buscar negros al África y comprarlos y venderlos a espaldas de la ley, le parecía absurda a Redondo y le volvía loco. «¡Antes el aniquilamiento, como dice el ateo!» concluía limpiando el copioso sudor de la frente, provocado por aquel esfuerzo intelectual, tan fuera de sus hábitos.
La perspectiva que ofrece lo porvenir, no es, en verdad, nada risueña; aquel mundo fabuloso lleno de belleza ha caído poco á poco en olvido, borrándose de la memoria del pueblo, y los esfuerzos que se hagan para infundirle aliento tendrán ó no favorable éxito, mientras es cierto que si alguna vez hemos de tener una literatura dramática original y rica; si alguna vez hemos de poseer un teatro, que no sirva sólo de entretenimiento y pasatiempo á los ociosos, sino que merezca el nombre de nacional, ha de lograrse merced á los esfuerzos de poetas, que, renunciando á toda imitación extranjera, sigan únicamente su particular inspiración, apropiándose sin rebozo el copioso caudal de nuestras tradiciones populares, é identificándose por completo con ellas, porque viven en la fantasía, en los corazones y en los labios del pueblo.
En su centro lucía una taza de mármol también, donde caía el agua clara de un copioso y alto surtidor.
Padecía frecuentes ataques, sobre todo desde la muerte de su madre, en que perdía unas veces la vista, otras el habla, con otra variedad de fenómenos extraños que por fortuna duraban poco tiempo. Además se veía acometido de profundas melancolías, crisis violentas que terminaban por un llanto copioso y prolongado corno en las mujeres histéricas.
Pero he visto muchos libros, que no muestran el fondo de virtud de sus héroes, ni manifiestan el modo con que exercitaban la humildad, la paciencia, la caridad, la mortificacion, la honestidad, y demas virtudes, antes se trata esto de paso; y muy de propósito se ponderan las revelaciones inmensas, las apariciones sinnúmero, que tuvo la persona Venerable; y casi se intenta probar la gran santidad de un Varon por el copioso número de revelaciones, y no por la prueba real y verdadera de sus eminentes virtudes.
Todos los rasgos de su semblante afeitado y cetrino acusan resolución y osadía; el mentón es vigoroso, la nariz larga parece reír entre dos pómulos muy fuertes, el labio superior se escapa hacia adentro dando á la boca el «rictus» irónico de Voltaire; una larga melena gris cubre sus orejas y su cuello; bajo las cejas despeinadas por los años, los ojos, escépticos y agudos, parecen repetir lo que Schopenhauer escribía á un amigo suyo: «Estos jóvenes vienen á conocerme para poder vanagloriarse, cuando viejos, de haberme visto en carne y hueso y de haberme hablado...» Nada en él, sin embargo, descubre al humorista bilioso; el ademán es copioso y alegre y fácil la risa; sobre aquella cabeza, menos grave que la de Wagner, á quien también se parece, ni el fastidio ni el desengaño hicieron blanco nunca.
Despues de esto cuidan mucho en tener en la memoria un catálogo copioso de Autores: y si se hallan en una conversacion, vierten noticias comunísimas, y dicen que ya Ciceron lo conoció, que ya se halla en Aristóteles, y luego añaden, que entre los modernos lo trata bien CARTESIO, y mejor que todos NEWTON. Si tienen la desgracia de encontrar con uno, que esté bien fundado en las Ciencias, y haya leido estos Autores, y les replica, mudan de conversacion, y así siempre mantienen la fama entre los que no lo entienden.
Se retiró á su palacio ya de noche, y el cabildo le hizo un gran regalo de aves, jamones y cabritos, al estilo de aquel tiempo. A 27 del mismo mes volvió al cabildo á dar las gracias y razon de su venida, y habló muy copioso, y bien dicho, con mucho halago.
En la ventana del gabinete de la izquierda se había instalado Paquito con todo el fárrago de su biblioteca, papelotes y el copioso archivo de sus apuntes de clase, que iba en camino de abultar tanto como el de Simancas.
Palabra del Dia
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