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Actualizado: 7 de junio de 2025


Estas observaciones debió de hacerlas a su debido tiempo; pero no las hizo por causas que ignoramos. Desde este día comenzó a salir como antes. Al cruzar por delante de la casa de Raimundo nunca dejaba de enviar su cabezadita amistosa al mirador, desde donde le contestaban con verdadera efusión. Y según iban transcurriendo los días, el saludo era cada vez más expresivo.

Otras veces se incorporaba lentamente, con gruñidos de vigilante hostilidad. Alguien pasaba por cerca de la alquería; una sombra, un hombre caminando de prisa, con la celeridad de los ibicencos, habituados a ir rápidamente de un lado a otro de la isla. Si la sombra hablaba, contestaban todos a su saludo.

La obra, efectivamente, triunfó; el primer acto, sobre todo, risueño, pintoresco, rebosante de frescura y de elegante frivolidad, hipnotizó al público; á cada verso de «Sylvette» ó de «Straforel», contestaban los espectadores con un aplauso. Julio Claretie, el verdadero «descubridor» de Rostand, reventaba de gozo. Esto ocurría en la Comedia Francesa la noche del 21 de Mayo de 1894.

Respuestas cortas e indolentes «hija, qué quieres»; y «estuvo magnífico», «gente, como nunca»; «pues ya se ve que estaba la sueca»; «raso crema y granadina heliotropo combinados»; «como siempre, dedicadísimo a ella»; «, , calor»; «vaya, me alegro que lo pases bien, hija»; contestaban a las afanosas preguntas de Pilar.

Habló muchas veces de procesar al alcalde y enviar á la cárcel á la mitad del vecindario, y sus enemigos le contestaban invadiendo traidoramente sus tierras, matando su caza, abrumándolo con reclamaciones judiciales y pleitos incoherentes... Su odio al municipio le había aproximado al cura, por vivir éste en franca hostilidad contra el alcalde.

Los burlados contestaban á la sorna con una carcajada, al pastel gubernamental respondían con un plato de pansit, ¡y todavía! Se reía, se chanceaba, pero era visible que en la alegría había esfuerzo; las risas vibraban de cierto temblor nervioso, de los ojos saltaban rápidas chispas y en más de uno se vió una lágrima brillar. Y sin embargo, aquellos jóvenes eran crueles, ¡eran injustos!

Melchor insistió tenazmente en la conveniencia de vencer los dolores que sentían y volver a repetir la prueba del día anterior; pero toda dialéctica resultó estéril: «No puedo moverme.» «Me duele todo el cuerpo.» «No puedo darme vuelta» contestaban. Mañana será peor, levántense, no sean maulas. Convénzanse de que a esos dolores, «como a todos», se les domina y vence con un poco de voluntad.

Las gentes se echaban a las calles preguntando quién era el muerto, y la autoridad misma no sabía qué responder. Interrogados los campaneros, contestaban, y con razón, que ellos no tenían para qué meterse en averiguaciones, estándoles prevenido que repitiesen todo y por todo el toque de la matriz.

Cuando Camilloff preguntaba por el resultado de sus investigaciones, le contestaban satisfactoriamente que se estaban consultando los libros santos de La-o-Tsé, o que se iban a explorar viejos textos del tiempo de Nor-Xa-Chú.

¿Quién está ahí? gritaba Ronzal con su alabada energía. Mi abrigo... café con leche... tengo ahí dentro mi abrigo.... Ja, ja, ja... contestaban los de dentro. ¡Está esto que arde! le decía Joaquín Orgaz a una niña del barón, que sonreía y miraba al techo.

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