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Actualizado: 7 de junio de 2025
Los dos enfermos quedaron en sus camas, comentando la energía física de Melchor, mientras Baldomero se disponía a aplicarles los remedios de circunstancias, estimulándoles también a levantarse y hacer un poco de ejercicio. ¡Pero no a caballo! contestaban.
Por las mañanas abordaba a los primeros que subían a la cubierta. «Buenos días, señor. ¿Qué tal la noche?» Había gentes afectuosas que le contestaban con agradecimiento, entablando amistosa conversación, como si se conociesen de larga fecha; otros, recelosos y huraños, respondían con gruñidos o continuaban su paseo.
Aún no había sonado el grito de «apafogones», y se notaban en ellos algunas luces y algún movimiento. Los marineros, recostados sobre la obra muerta, departían antes de retirarse al camarote. De vez en cuando, mirando hacia un gran vapor inglés anclado en el medio, gritaba uno: «All right» exagerando la pronunciación: «all right», contestaban de un patache.
Los pesados camiones de la Intendencia, llenos de sacos, eran saludados por el entusiasmo general: «¡Viva el ejército!» Los soldados en traje de mecánica que iban tendidos en la cúspide de la pirámide rodante contestaban á la aclamación moviendo los brazos y profiriendo gritos que nadie llegaba á entender. La fraternidad había creado una tolerancia nunca vista.
Pero los amigos del doctor le contestaban con risas. ¿Dejarse vencer el Chiquito?... Y como prueba de su confianza, enseñaban de nuevo los fajos de billetes. Más de cincuenta mil duros iban á apostar entre todos, si es que los de Azpeitia tenían redaños para hacerles cara.
A cada disparo parecía que las cimas del Hengst, del Gantzlée, del Giromani y del Grosmann contestaban hasta las profundidades del abismo. ¿Qué es esto? se preguntaba Berbel . ¿Ha llegado el fin del mundo?
Algunos discípulos de la Universidad jesuítica, pareciéndoles estas aclamaciones demasiado vulgares, daban vivas á la Unidad Católica, y los aldeanos los contestaban con rugidos de entusiasmo, sin entender lo que aquello significaba, pero adivinando que debía ser algo contra los impíos de la odiada Bilbao. Aresti vió pasar á la mujer y la hija de Sánchez Morueta.
A las pocas frases de la letanía, los jornaleros, aburridos de la ceremonia, con el cirio hacia abajo, contestaban automáticamente, imitando unas veces el ruido del trueno y otras un chillido de vieja, que hacía a muchos de ellos llevarse el sombrero a la cara. ¡Sancte Jacobe! cantaba el sacerdote.
Palabra del Dia
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