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Actualizado: 7 de junio de 2025
Los romeros se agrupaban ante la iglesia, y la masa popular aglomerábase en las aceras, dejando la plaza limpia de gente. De vez en cuando la atravesaban algunos hombres, llevando en sus brazos un herido. Las piedras arrojadas por los grupos chocaban en la fachada de San Nicolás. Desde las dos torrecillas de la iglesia les contestaban á tiros.
Entonces, recogiéndose apenas la falda con ambas manos, y mirándose ella misma los pies, púsose a repicar sobre el tapiz oriental un loco chapineo, tan recogido que hubiese podido bailarlo en un plato. Ella cantaba: Pisaré yo el polvico tan a menudico, y los que estaban en la tarima contestaban a un tiempo, al son de las guitarras: Pisaré yo el polvó tan a menudó.
Algunas veces, con repentino optimismo, esperaba conseguir al día siguiente la realización de sus deseos. Pero al otro día le contestaban: «Vuelva usted mañana»; y este «mañana» iba convirtiéndose en una palabra fatídica, símbolo de algo vago que nunca llegaría á ser realidad. Los periódicos le anunciaron una noche la inquietud de las poblaciones ribereñas del río Negro.
Ninguno de los médicos había dado a la madre la menor esperanza. A sus preguntas contestaban con palabras que nada prometían; pero apenas estaban fuera de la alcoba, meneaban la cabeza con triste expresión, como afirmando que nada les quedaba que hacer allí. En medio de su dolor, la obsesionaba una idea cruel. Recordaba el terrible momento en que Juanito había caído inerte al conocer su ruina.
Para Luis, la cuestión era sencillísima. Un poco de caridad; y después religión, mucha religión, y palo al que se desmandase. Contestaban a esto los rebeldes que la caridad no era bastante, y que, a pesar de ello, mucha gente vivía en la miseria. ¿Y qué podían hacer los amos para remediar lo que era irremediable?
Argensola iba de calle en calle siguiendo el revuelo del pájaro enemigo, queriendo adivinar dónde caían sus proyectiles, deseando ser de los primeros que llegasen frente á la casa bombardeada, enardecido por las descargas que contestaban desde abajo. ¡No disponer él de una carabina como los ingleses vestidos de kaki ó aquellos belgas con gorra de cuartel y una borla sobre la frente!... Al fin, el taube, cansado de hacer evoluciones, desaparecía. «Hasta mañana pensaba el español . El de mañana tal vez sea más interesante.»
Se quedarían después de esto tranquilos como siempre, esperando que llegase la hora de perecer en otra catástrofe. ¡Ah, si ellas llevasen pantalones! ¡Si las dejasen intervenir en los asuntos de los hombres!... Otra cosa sería. Y los albañiles contestaban con un gesto de desaliento. ¿Qué iban a hacer? No tenían armas; estaban cansados de que les pegasen a la menor protesta en la calle.
Y los marineros de proa contestaban con un grito o un gruñido para dar a entender que no dormían. Tripulantes y pasajeros formaban corrillos en la obscuridad, hablando de los misterios y leyendas del mar, dando nombres y propiedades mágicas a los astros que brillaban entre el cordaje y las velas negras.
Pensaban en la posibilidad de un choque en esta atmósfera formida y traidora. Hubiesen preferido la vida estrepitosa de una tempestad. A los rugidos del trasatlántico contestaban, apagados por la distancia y la bruma, los de otros buques. Tal vez estaban próximos. La niebla atenúa los sones.
Algunas de ellas, que ya se consideraban en edad de matrimonio por haberles apuntado la barba, contestaban á estas miradas con guiños, que equivalían á frases amorosas, evitando el ser vistas por las ceñudas matronas sentadas á su lado. Este espectáculo frívolo, que un día antes habría sido despreciado por Flimnap, le emocionaba ahora con honda sensación de ternura.
Palabra del Dia
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