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Actualizado: 16 de junio de 2025
Los muebles antiguos habían desaparecido; paseábanse ellas en medio de un verdadero cúmulo de maravillas. ¡Y las caballerizas, y las cocheras! Un tren especial trajo de París, bajo la inmediata vigilancia de Edwards, unos diez carruajes, ¡y qué carruajes! una veintena de caballos, ¡y qué caballos! El abate Constantín creía saber lo que era lujo.
Dadme a Juan dijo al abate Constantín, dádmelo hasta el fin de sus estudios; yo os lo traeré todos los años durante las vacaciones. No es un servicio que os ofrezco, sino un servicio que os pido. No puedo desear nada mejor para mi hijo.
Se casó con ella en 1855, y el año siguiente reservaba un gran dolor y una grande alegría: la muerte de su anciana madre y el nacimiento de su hijo Juan. Con seis semanas de intervalo, el abate Constantín recitó la plegaria de los muertos en la tumba de la abuela y asistió, en calidad de padrino, al bautismo del nieto.
El jardincito del abate Constantín, sólo estaba separado del camino por una verja muy baja, en medio de la cual había una pequeña puerta. Los tres miraron y vieron venir un carruaje de alquiler de forma primitiva, tirado por dos grandes caballos blancos, manejados por un cochero de blusa. Junto al cochero iba un criado con librea de la más severa y perfecta corrección.
El abate Constantín se preparaba a tomar el camino de Longueval; pero Pablo al verlo pronto a partir, exclamó: ¡Oh! no, señor cura, no haréis a pie por segunda vez, con semejante calor, la travesía hasta Longueval; permitidme que os lleve en carruaje. Siento mucho veros tan triste, y procuraré distraeros. ¡Oh, por más santo que seáis, algunas veces os hago reír con mis locuras!
El abate Constantín, sin embargo, comió con buen apetito, y no retrocedió ante dos o tres copas de champagne. No odiaba la buena mesa. La perfección no pertenece a este mundo, y si la gula es, como lo dicen, un pecado capital, cuántas buenas gentes irían al infierno. El café lo sirvieron sobre el terrado del castillo.
Hoy sabe que una etapa de artillería es una marcha de treinta a cuarenta kilómetros, con una hora de alto para almorzar. El abate Constantín se lo ha enseñado; pues durante las visitas que hacen juntos a los pobres, Bettina lo abruma a preguntas sobre las cosas militares y especialmente sobre el servicio de artillería. ¡Ocho o diez leguas bajo esta lluvia azotadora! ¡Pobre Juan!
En ese momento, el sirviente anunció la visita de una señora, y como nuestra amiga se levantara a recibirla, pude ver el libro sospechado; leí el título... ¡Ah! señor, ¿sabéis lo que leía esta honesta mujer, lo que leía así, a escondidas y con el rubor en la frente?... era El Abate Constantín. »¡Ahí está la virtud!
Pónese al abrigo bajo los tilos que rodean el terrado, y mira y espera. El viene ahí entre esa masa confusa de caballeros. ¿Podrá reconocerlo? Alguna feliz casualidad le hará volver la cabeza hacia ese lado. Bettina sabe que es teniente de la segunda batería de su regimiento; sabe que una batería se compone de seis cañones y seis cajas. El abate Constantín le enseñó también esto.
En el mismo momento, el abate Constantín está en conferencia con Paulina. Hacen sus cuentas. La situación financiera es admirable, tienen más de dos mil francos en caja. Y se han cumplido los votos de Zuzie y Bettina: ya no hay pobres en toda la comarca. La vieja Paulina, por momentos, tiene ligeros escrúpulos de conciencia. Mirad, señor cura, quizá damos demasiado.
Palabra del Dia
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