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Actualizado: 12 de junio de 2025
Estamos en la época de los milagros, es preciso convenir en ello; mas, éste no tiene nada de sorprendente. En otro tiempo habríanse reído á las barbas del que hubiera pretendido que animales indóciles á las leyes establecidas, se permitan respirar por la patita. Los bellos trabajos de Milne Edwards han derramado luz sobre este asunto.
Los muebles antiguos habían desaparecido; paseábanse ellas en medio de un verdadero cúmulo de maravillas. ¡Y las caballerizas, y las cocheras! Un tren especial trajo de París, bajo la inmediata vigilancia de Edwards, unos diez carruajes, ¡y qué carruajes! una veintena de caballos, ¡y qué caballos! El abate Constantín creía saber lo que era lujo.
Madama Scott se sentó al lado de su hermana. Los poneys pateaban, bailaban, amenazaban encabritarse. Cuidado, señorita dijo Edwards; los poneys están muy briosos hoy. Ya los conozco respondió Bettina; no temáis. Miss Percival tenía la mano firme y suave a la vez, y muy segura.
Concluida la revista, Bettina, sin mucho apuro, quitose sus largos guantes de piel de Suecia, reemplazándolos por gruesos guantes de gamuza, sacados del bolsillo del carruaje. Luego se deslizó sobre el pescante en el asiento de Edwards, recibiendo de éste las riendas y el látigo con extrema destreza y sin que los caballos, muy excitados, tuviesen tiempo de apercibirse del cambio de mano.
Luego Bettina cambió bruscamente el curso de la conversación. ¿Enviaron el telegrama a Edwards ayer para los poneys? Sí; ayer antes de comer... ¡Oh! ¿me dejaréis manejarlos hasta el castillo? ¡me alegraré tanto de poder atravesar la ciudad y hacer una linda entrada al patio del castillo sin detenerme en la puerta!... decid... ¿querréis, verdad? Sí, sí, convenido, conduciréis los poneys.
Dícese que asimismo Cuvier y Blainville habían notado que otros seres que carecen de órganos regulares de circulación, los suplían por medio de los intestinos; mas, esos grandes naturalistas encontraron tan enorme el caso, que no se atrevieron á divulgarlo. Hoy ha pasado al dominio de cosa juzgada por el mismo Milne Edwards, M. de Quatrefages, etc.
No daría su expedición por el doble de lo que le ha costado... Lo único que siente es no llevarse la gorra atravesada por la bala del vigilante. ¡Qué trofeo para un hombre pacífico!... Pero aquí tenemos á nuestro capitán... Un joven rubio, de cara sonrosada, se adelantó hacia ellos. Tragomer dijo: M. Edwards, presento á usted á mi amigo el conde de Freneuse.
Palabra del Dia
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