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Actualizado: 25 de junio de 2025


Todos se empeñaban en que se apeasen y descansasen un rato, pero no lo consiguieron, porque el señor conde les dijo que, faltando tan poco para descansar de una vez, no había necesidad. Y en eso creo que tenía razón. Á estas horas ya están de seguro en la Segada.

Fundándose, pues, en graves razones que se tuvieron muy en cuenta, las Cortes celebradas en 1586 prohibieron que las mujeres fuesen tapadas «por los inconvenientes que de esto resultaba» mas como quiera que tal prohibición poco ó nada llegó á cumplirse, Felipe II dió una pragmática en igual sentido en 1594 y Felipe III otra en 1614, que dicho sea de paso y aunque contrariara á los monarcas y á sus justicias, no consiguieron desterrar el uso del manto, ni mucho menos, de los dominios españoles.

Rápido, y presa de insana y criminal furia, Pedro Pavón acometió enseguida al lego, que huyó despavorido, sin que lograra, apesar de su diligencia, librarse de una terrible puñalada que le atravesó la garganta. A los gritos de los heridos acudieron los frailes, quienes después de muchos esfuerzos, consiguieron sujetar al criminal mientras otros recogían los ensangrentados cuerpos.

Los dos indios encontraron de allí á algunas leguas á los huídos, y por más que hicieron, sólo les pudieron reducir á que bajasen donde estaban los Padres. Procuraron éstos que volviesen á la Reducción; mas sólo consiguieron por entonces esperanzas de que se volverían acabada la peste.

Cuando le anunciaron que se preparase a unir su suerte en plazo breve a la de D. Santos, cayó presa de fuerte desmayo. Al salir de él declaró rotundamente que no lo haría aunque la desollaran viva. Ni las reflexiones de su confesor, ni la perspectiva de la deshonra, ni las lágrimas de su padre consiguieron ablandarla.

Las mejillas se le habían encendido, los ojos brillaban: la ira hacía estremecer sus labios. No las razones sutiles y el arte y el ingenio de Quino, no las bromitas saladas de Celso ni las súplicas ardientes del temerario Bartolo consiguieron aplacar la cólera del héroe de la Braña. Estaba resuelto á no tomar parte ahora ni nunca en las contiendas de los de abajo.

El canasto fue rodando de mano en mano. Las damas, interesadísimas, palpitantes de emoción, depositaban tiernos besos en las mejillas del recién nacido, de tal modo que al instante consiguieron despertarlo. De aquel montoncito de carne rosada salió un débil gemido que hizo vibrar de lástima a todos los corazones. Algunas señoras vertieron lágrimas.

Si alguno de los presentes, fuera de aquel salón venerable, se atrevía a calumniar a aquel santo, no se sabía, no se quería saber, pero en casa del gran Constantino nadie osaría poner en tela de juicio la santidad del Crisóstomo vetustense. Por poco tiempo consiguieron verse solos Ana y don Fermín. Fue en el gabinete de doña Petronila.

No tardó en cansarse de ellos hallándolos demasiadamente inocentes. Enfrascóse después en el trágico laberinto de los folletines que, si bien le mantuvieron agitado y divertido una larga temporada, no consiguieron pegársele al alma.

Instalose con Ana en el paraíso, donde se amontonaba inmensa concurrencia, que les metía los pies por la cintura, los codos por las ingles; a duras penas lograron las dos muchachas apoderarse de su sitio; al fin consiguieron embutirse de medio lado en delanteras, y allí se mantuvieron prensadas, comprimidas, sin ser dueñas ni de enjugarse el sudor de la frente. El calor era espeso, asfixiante.

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