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Actualizado: 5 de octubre de 2025
La plática se hizo más alegre, pero más suave y discreta también. Largo rato sonó en el rojo gabinete un cuchicheo amoroso sobre el cual estallaba de vez en cuando el eco de una carcajada comprimida ó el rumor de un beso. La blonda extranjera estuvo como nunca tierna, mimosa, embriagando á su noble amante con dulces y exquisitas caricias que jamás éste conociera.
Sobre aquel suelo se había arrodillado su marido muchas veces. Y este pensamiento bastó para que se sintiera atraída por la imagen, contemplándola con religiosa confianza, cual si la conociera desde la niñez. Moviéronse sus labios repitiendo oraciones con automática velocidad, pero su pensamiento huía del rezo, como arrastrado por los ruidos de la muchedumbre que llegaban hasta ella.
Tan sonada era en Madrid la fama de la marquesa, que todos los informantes se extrañaban de que no la conociera yo. ¿Qué había de conocer metido en estos rincones, tan apartados del bullicio de las gentonas como del otro mundo!
Sea como vos queráis dijo el joven ; y paréceme que si yo os conociera, sería muy posible, casi seguro, mi enamoramiento. ¿De dónde sois, caballero? dijo la tapada, marchando ni más ni menos que si no hubiera llovido, y se hubiese encontrado junto al hombre de su elección. Soy... pero dispensad, señora; ni comprendo lo que me sucede, ni puedo adivinar el objeto de vuestra pregunta.
Pero más pudo la ira que la lástima, y hubo un momento, un segundo no más, en que le faltó poco para coger el libro y estampárselo en la cabeza al Sr. D. Carlos. Conteniendo su furor, y para que el monomaníaco de la contabilidad no se lo conociera, le dijo con forzada sonrisa: «De modo que el señor apunta las perras que nos da a los pobres de San Sebastián.
Una vez se le decía, al pasar junto a una choza miserable y solitaria: Es preciso que haga usted una visita a la persona que vive ahí. ¡Pero si no la conozco, hombres de Dios, ni aunque la conociera valdría el trabajo de detenernos! observaba don Simón, con repugnancia. Déjese usted de remilgos, don Simón, y considere que esta choza, entre padres, hijos y allegados, vale más de cinco votos.
Vistiéronse a lo payo, con capotillos de dos haldas, zahones o zaragüelles y medias de paño pardo. Ropero hubo que por la mañana les compró sus vestidos, y a la noche los había mudado de manera, que no los conociera #su# propia madre.
A poco más de media noche el salón ofrecía tal aspecto de lujo y riqueza; la alegría reinaba, al parecer, con tanto imperio sobre las almas de toda aquella gente; tanto goce se reflejaba en sus caras, que no parecía sino que en aquella regocijada turba nadie había que conociera la pesadumbre ni el dolor.
Frígilis miró a Pepe como si no le conociera; y como hablando consigo mismo dijo: La vejiga llena.... La peritonitis de... no sé quién.... Eso dicen ellos. ¿La qué, señor? Nada... ¡que se muere de fijo! Y Frígilis entró en un gabinete, que estaba a obscuras para llorar a solas. Poco después Pepe vio salir al coronel Fulgosio y detrás a Somoza el médico.
Cuando pienso en que si no le conociera ella podría vivir... Pero, no, no; si no fuera él sería otro; así lo exige de un modo implacable la ley de la Naturaleza. Tanto los corazones como las almas se buscan unos a otros. ¡Desgraciados de aquéllos cuyo corazón y cuya alma se encierran en un cuerpo débil y sin resistencia! Esos sucumben al choque que los despedaza. »¡No y no!
Palabra del Dia
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