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Actualizado: 2 de julio de 2025


Aún se conmovía recordando aquella noche en que lo vio llegar pálido como un muerto y chorreando sangre. Serían felices en su pobreza, sin tentar a Dios con nuevas aventuras que podían costarle la vida. ¿Para qué el dinero?... Lo que importa es quererse, Rafaé, y ya verás ¡cachito del arma! cuando estemos en Matanzuela, qué vidita tan dulce voy a darte...

Vuelve a mirarla decía el cazador . Aquí donde la ves, se mantiene con quince céntimos de queso cada dos días. El recuerdo de otra joya que había poseído, el famoso perro Puesto en ama, conmovía al Mosco.

Y no es que hagamos un papel aprendido, no; es que serás verdaderamente para , de aquí en adelante, como una hijita, y yo seré para ti un verdadero papaíto. Lo digo con toda mi alma. Yo no soy aquel; yo me moriré pronto, y... Viéndole que se conmovía, la chulita no pudo aguantar más, y soltó el trapo a llorar.

Aquel silencio augusto, aquel reposo momentáneo del gran atleta la conmovía hasta lo íntimo, infundía en su espíritu alborotado un ansia ardiente de paz. ¿Quién le había dicho que el mar era terrible? ¿Qué corazón pequeño le había hablado de sus crueles traiciones? ¡Ah, no! El mar era noble y generoso como lo son los fuertes siempre, y sus cóleras, aunque temibles, eran pasajeras.

¡Pálido! repitió Sola, que tenía sus claros ojos fijos en D. Benigno, y no perdía ni la más ligera inflexión de sus labios elocuentes. Pues... pareció que se conmovía, y me abrazó, ¿entiendes? me abrazó. Yo le dije que nos volveríamos a ver pronto. ¿Y eso fue...? La semana pasada, hija, en mi último viaje a Madrid. ¿Recuerdas que dije iba a comprar bisagras y fallebas para las puertas nuevas?

Mi falso contento no la conmovía; sonreía de buena gana si alguna frase mía le daba ocasión y me observaba con una especie de ironía cuando yo permanecía mucho tiempo al lado de Elena. Y aquella indiferencia me parecía una prueba de la disminución de su amor.

Y el viejo se conmovía, coloreábase su tez, gesticulaba con entusiasmo, y sus ojos brillaban como si viese en movimiento aquel centenar de telares y una turba activa y laboriosa en torno de ellos.

Al darse cuenta de que el marino no se conmovía con sus sonrisas y las miradas de sus ojos claros, se plantó ante él, hablándole en catalán. ¿Es usted, y perdone, un capitán de barco al que llaman don Ulises?... Se entabló la conversación. La cocinera, convencida de que era él, siguió hablando con sonriente misterio.

En cambio, confesaba, avergonzada, que ciertas melodías de zarzuela y muchas canciones populares la encantaban. Otra cosa no confesaba, aunque no era menos cierta. La música que algunas veces acompaña a los entierros, que por regla general es pésima y compuesta casi exclusivamente de instrumentos de bronce, la conmovía profundamente hasta hacerle derramar lágrimas.

En los días calurosos confeccionaba refresquets, y estos «refrescos» eran vasos enormes, mitad de agua, mitad de caña, sobre un grueso lecho de azúcar, mixtura que hacía pasar fulminantemente, sin gradaciones, de la vulgar serenidad á una angélica embriaguez. El capitán le reñía al ver sus ojos inflamados y enrojecidos. Iba á quedarse ciego... Pero él no se conmovía ante la amenaza.

Palabra del Dia

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