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Esas estátuas representan dos santidades: el santo y el artífice. El lector debe ser un tanto indulgente conmigo, porque escribo sin preparacion, y sin corregir una palabra de lo que trasmito al papel. Veo una cosa, y sin más antecedentes que verla, digo buenamente lo que se me ocurre, ó lo que siento.

Quevedo se enjugó las lágrimas con el envés de la mano, y luego escribió con mano firme al fin del testamento: «No pudiendo permanecer en Madrid, del que salgo esta noche, delego las facultades que en este testamento se me otorgan, en el ilustrísimo señor Fray Luis de Aliaga, inquisidor general, archimandrita del reino de Nápoles, del consejo de Estado, confesor de su majestad el rey nuestro señor, que conmigo firma aceptando.

¡Ah, pensó Adriana, encantarse conmigo, ellas que viven en un continuo encantamiento! Y siguió leyendo, ávidamente. Carmen le refería que casi siempre estaban solas, que rehuían toda relación con mozos, a causa de cierta manía o preocupación de Zoraida, toda una historia muy dolorosa, que ella prometía contarle.

No la había olvidado un solo momento: vivía dentro de , no podré deciros cómo; era una idea vaga, íntima, que se había asimilado a mi manera de ser, a la que me había acostumbrado, que me acompañaba siempre, que vivía conmigo.

Tenía por costumbre verse conmigo de tiempo en tiempo, ya en la iglesia de San Frediano, o en otros puntos de Lucca, como también en Pescia o Pistoya añadió el monje. De cuando en cuando, variábamos el sitio de reunión.

En cierta ocasión, al presentarse en noche de baile en casa de Alcudia, la marquesa le dijo al saludarla: Muy linda, muy linda, Clementina. Está usted admirablemente vestida.... Pero me parece que la han descotado mucho.... Venga usted conmigo, ya arreglaremos eso.

Antes soltará un ala de las entrañas; empeñada y resentida anda conmigo, y mucho será que no tengamos encierro, duende y comedia para rato... y cada minuto me parece ahora una eternidad; anímate, hijo, y cuenta por tuya una razonable cantidad de los de á ocho y una bandera en los tercios de Italia. Os cojo la palabra. Entonces, si quieres cogerme, suéltame. Os soltaré, ¡vive Dios!

Pero, en el mismo instante, resbalé y caí en un hoyo obscuro, tan profundo como para sepultar a un hombre, arrastrando conmigo algunas piedras que se desprendieron y rodaron. ¡Por el amor de Dios, no te muevas! De lo contrario caerás todavía más abajo. Medio aturdida, me apoyé en las paredes del foso.

Niñita mía, no diga usted tales cosas delante de este joven sin experiencia indicó con mal disimulada satisfacción doña Flora ; pues podría creer que el ilustre jefe de la Cruzada, para quien doy estos puntos y comas, ha tenido conmigo más relaciones que la de una afición purísima y jamás manchadas con nada de aquello que D. Quijote llamaba <i>incitativo melindre</i>. Conociome el Sr.

Mira, mi querido Munguía, tengo interés en que vengas conmigo; sin no voy, y perderé la mejor ocasión del mundo... ¿De veras? Te lo juro. En ese caso, vamos. ¡Paciencia! Te acompañaré.