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Partí, pues, al siguiente día de mañana, sin querer aceptar la compañía de Blanca que deseaba ir conmigo. En el camino medité en las palabras de mi tío. Lo sabe todo pensé. ¡Dios mío, cuán poco perspicaz soy, a pesar de mis pretensiones! Aun cuando el casamiento de Juno no se verifique, ¿de qué me serviría, si Pablo está enamorado de ella? Ahora, ya no puede querer a otra. No entiendo a mi tío.

Áun sonaban en el huerto sus pisadas presurosas, cuando recayendo Ayela de su miedo en las congojas, de insoportable pavor dominada, de afan loca, Radjí exclamó: vén conmigo, precédeme: el rastro toma de tu señor.

Si me amárais pronunciaríais ese ¿quién sabe? con menos amargura... ¿qué digo con menos?... lo pronunciaríais con el alma, que asomaría á vuestro acento y á vuestro rostro por más que lo quisiérais ocultar. ¿Y qué no asoma? Despechada y amarga, que enamorada y contenta no. ¿Pero á qué esta disputa? ¿no queréis casaros conmigo? He querido y quiero... pero según os veo... me niego...

Pero si fuere una enfermedad del alma la que tengo, entonces me pondré en manos del único Médico del alma; él puede curar ó puede matar según juzgue más conveniente. Haga conmigo en su justicia y sabiduría lo que crea bueno. Pero ¿quién eres , que te mezclas en este asunto? ¿, que te atreves á interponerte entre el paciente y su Dios? Y con ademán furioso salió á toda prisa de la habitación.

Yo quiero que mi confesor tenga firme por las riendas, que sea severo y hasta duro conmigo... Usted me riñe poco todavía, padre. Quisiera que usted fuese más severo... que me castigara fuerte... y hasta me pegara, para demostrarle bien mi sumisión. Dijo las últimas palabras con voz temblorosa y el rostro avergonzado, fijando en su confesor una mirada de tímida adoración.

Habla. Todo es mejor que la ansiedad, que la duda en que me tienes. Mi mal no será más horrible, mi desventura no será más honda en realidad que lo que me finge ya la fantasía. Habla. ¿Dónde está mi marido? ¿Qué hiciste de él? ¿Por qué no viene en tu compañía? Tu marido no ha ido al lugar. Mal puede venir conmigo. Tu marido no ha salido de Madrid. Aquí está. Aquí vengo a buscarle. Es imposible.

Absurdo... Y la infame ¿con quién creerá usted que está más altiva, más soberbia, más insolente? ¿Conmigo? Eso parecería lo natural. ¡Pues no señor, con Ana! ¡Pásmese usted, con Ana! Desde la nube de humo en que estaba envuelto, don Álvaro contestó: ¡Ya se comprende... quiere hacerle a usted la forzosa; tal vez celos!

La otra, muy ofendida, se plantó en la salida del patio, cortándola el paso, al par que la decía, con desparpajo y retintín: ¡Oiga Vd., señorita! ¿qué es lo que se ha figurao Vd.? Yo no soy denguna fregona, ¿está Vd.? Soy la Engracia. ¿Conque se arranca, Vd. a venir a preguntar por el novio, y aluego tié Vd. a menos hablar conmigo?

No es la moda la que coloca la pluma en mis manos: al contrario, he tenido necesidad de discutir conmigo mismo para convencerme de que al resumir en un volúmen las notas de mis viajes, me obedezco, sin tener en cuenta para nada que la moda es esta.

Y estas pobres mujeres, el día en que la fatal verdad haga sonrojar sus frentes, es muy probable dividirán conmigo mis pesares y mi desesperación. Y exclamarán las primeras: ¡Ah! si lo sabía usted ¿por qué no había hablado? Pues bien; ni hoy, ni mañana, ni nunca: si sólo de depende, la vergüenza no sonrojará estas dos nobles frentes. Yo no compraré mi felicidad á precio de su humillación.