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Actualizado: 22 de julio de 2025


Afirmaba tener los brazos negros de los pellizcos que la infligía en cuanto se tocaba la cuestión del convento. Un día mostró a su confesor una oreja rota, de un tirón del feroz jorobado; otro, llegó con una mejilla inflamada y renegrida por haberle tirado un cepillo a la cara. El P. Gil estaba horrorizado y confundido. No sabía qué hacer ni aconsejar.

Véome envuelto, rozado, confundido dentro de ese torbellino de vellones rizados, de balidos; una verdadera marejada, en que parece que los pastores son arrastrados con su sombra por olas que saltan... Detrás de los rebaños percíbense pasos conocidos, voces alegres. La cabaña está llena, animada, ruidosa. Chisporrotean, al arder, los sarmientos formando llama.

El licenciado don Máximo permanecía totalmente confundido delante de aquel caso patológico, anunciando en cada visita el próximo fin de la paciente si el antiespasmódico que recetaba no la tornaba al instante sana y salva. Como doña Gertrudis no acababa de fallecer ni su extraordinaria enfermedad desaparecía, don Máximo llegó a perder enteramente la fe en ella.

Se vió en el rincón de su parque convertido en cementerio, junto á la carreta de los cadáveres; tuvo que remover la tierra propia confundido con aquellos prisioneros exasperados por la desgracia, que le trataban como un igual. Volvió los ojos para no ver los cadáveres rígidos y grotescos que asomaban sobre su cabeza, al borde del hoyo, prontos á derramarse en el fondo de éste.

Los niños habían formado un grupo y se divertían en un rincón, exceptuando el comedido Vicente, que se paseaba silenciosamente a lo largo de la estancia, bien resuelto a no ser confundido con aquella chiquillería.

Vázquez estaba tan cortado y confundido ante la niña, como un reo homicida ante su juez. Se disculpó en cuanto pudo. Habían exagerado y tergiversado sus palabras, dichas al descuido...

Movido a la vez por un sentimiento de vergüenza y de gratitud, balbuceaba encendido el rostro: Señor, yo... yo bien quisiera darle las gracias como se merece... mas no encuentro palabras. Siéntome confundido y avergonzado de mis estúpidas desconfianzas... ¿Cómo podría yo demostrarle mi agradecimiento y merecer su perdón?...

Don Melchor se quedó unos momentos confundido, sin saber qué replicar. Aquello no tenía vuelta de hoja. Al cabo, levantó la cabeza con brío, los ojos brillantes de alegría: ¡Ya encontré la solución! ¿Cuál? te estás quieto en casa. Yo me voy ahora mismo a Nieva, le desafío y le mato. ¡Oh, tío, muchas gracias! Eso no puede ser replicó Gonzalo, sin poder reprimir una sonrisa.

Apenas tuve tiempo de entrever las fisonomías animadas de las bailarinas; los cabellos sueltos, los anchos sombreros flotando sobre sus espaldas: mi brusca aparición fué saludada por un grito general, seguido súbitamente de un silencio profundo; la danza cesó, y toda la banda, formada en batalla, esperó gravemente la pasada del extranjero, que se detuvo algo confundido.

El lecho estaba como lo había dejado la agonía, y la almohada con la señal de lo que ya no volvería a cavilar y a soñar sobre su blandura. Los botes de medicinas, el penado, el almirez, las tazas, las vendas, todo había quedado revuelto y confundido sobre los muebles, haciendo pensar en la ansiedad de la lucha postrera.

Palabra del Dia

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