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Actualizado: 27 de junio de 2025


Mientras que él hablaba, Eppie había posado tranquilamente su brazo tras de la cabeza de Silas y su mano cariñosa se había apoyado en su hombro; de modo que sintió que el viejo temblaba con violencia. Cuando el señor Cass hubo terminado, el tejedor permaneció silencioso durante unos momentos, habiendo perdido toda energía en un conflicto de emociones, todas igualmente penosas.

Y repitió con insistencia lo de «¡músico!», como si fuese la concreción de todos sus desprecios. Desnoyers, firme y sobrio en palabras, dió un desenlace al conflicto. «La romántica», abrazada á su madre, se refugió en los altos de la casa.

Ignoro qué ola del Oeste vino de través á herir traidoramente mi gran ola que con la mayor regularidad llegaba del Mediodía. En medio de ese conflicto, de improviso dejé de ver el sol; mi elevado promontorio fué invadido, no por un vapor erizado de espuma, sino por una enorme ola negra que, cayendo pesadamente sobre , me empapó de pies á cabeza.

Hubo protestas, escritos, espedientes, etc; los cuadrilleros se armaron prestos á encender una guerra civil, los curas estaban contentísimos, los españoles se divertían y ganaban dinero á costa de todos, hasta que el General resolvió el conflicto ordenando que se sentasen como los chinos por ser los que más pagaban, aunque no eran los más católicos.

Pero Amalia, implacable, le puso poco después en un conflicto preguntándole en voz alta con sonrisa maliciosa: ¿Quién le ha dado a usted ese clavel tan lindo, Fernanda? No, yo no se apresuró a responder ésta. Y el conde, otra vez turbado y rojo, volvió en voz alta a la explicación que acababa de dar en secreto.

La Regenta en Vetusta era ya para siempre la de Quintanar de la ilustre familia vetustense de los Ozores. En cuanto a la advenediza tuvo que perdonar y contentarse con ser: la otra Regenta. Además, el conflicto duraría poco; ya empezaba a usarse el nombre de «Presidente» y pronto habría nombre distinto para cada cual. Entretanto la Regenta era la de Ozores.

Su pena sincera no era parte a ocultar la satisfacción que la embargaba por el feliz arreglo de su conflicto metálico en aquel día crítico. Cómo y de qué manera se había hecho el arreglo, ya lo diría más adelante, pues no era ocasión de importunarla con cosas que no le importaban... «¿Y el médico qué dice?». La excelente señora esperaba que la ceguera fuese una desazón de pocos días.

En el alma de Perucho se verificaba una de esas encarnizadas luchas entre el deber y la pasión, cantadas por la musa dramática: el ángel malo y el bueno le tiraban cada uno de una oreja, y no sabía a cuál atender. ¡Tremendo conflicto!

En este conflicto se dudaba el medio que debia elegirse: no habia armas, ni pertrechos; hacíanse cabildos públicos y secretos; nada se resolvia por falta de dinero en la caja de propios, ó por decirlo con mas propiedad, por no haber tal caja, porque hacia muchos años se habia apoderado de su fondo D. Jacinto Rodriguez.

Señora dijo Lázaro, procurando dominar su situación, un triste suceso ... Doña Paulita está muy enferma ... Le ha dado un accidente. Estábamos hablando.... ¡qué conflicto! Ahora mismo, ahora mismo ha caído. ¿Pero ese dinero...? dijo Paz. Es suyo. ¡Suyo! exclamó la arpía con codicia. Y volviéndose á Salomé, que recogía el oro, añadió: Dámelo, dámelo; yo he de guardar eso. Yo lo guardaré.

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