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Actualizado: 19 de junio de 2025


Qué júbilos de alegría sentía en el corazón y qué lágrimas de consuelo le corrían de los ojos al P. Caballero, confiesa él mismo que no lo podía explicar, acordándose que aquellos mismos que ahora con tanta veneración adoraban la cruz, y en ella á Jesucristo, eran los que poco antes adoraban á los demonios feos y abominables.

Esa pobre mujer confiesa, ella misma, que aun estando convencida de la inocencia de su hijo, se ve en la imposibilidad de probarla. ¿Cómo, entonces, no perdonar á los extraños un poco de vacilación, sobre todo cuando se ofrecen á reparar su falta? Cristián movió dolorosamente la cabeza y cambió de conversación. ¿De modo que en la casa nadie ha cambiado de convicción? Están más firmes que nunca.

Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa; déjense burlas aparte, y traíganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma; y así, suplico que, en tanto que el señor cura me confiesa, vayan por el escribano.

Aquí en este país de libertad, ¿no es el ejercicio de la fuerza, con un propósito cruento, el más honrado de todos? ¡Y no me conteste usted que la sola idea que rige esos actos es defenderse contra ambiciones de dominio, pues todos dicen lo mismo! ¿Quién confiesa que practica el mal? El bien está en los labios de todos, de los asaltantes y de los atacados.

Señor juez: ¡soy víctima de una abominable maquinación! ¡Han logrado dar un golpe de chantage político sin ejemplo en la historia del sufragio universal! EL JUEZ. ¡No veo la relación que pueda tener esto con el sufragio universal! ELOY. ¿Me juzga usted culpable? EL JUEZ. Yo le pregunto solamente si confiesa los hechos.

Y así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo: -Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

Andrés se sintió profundamente intimidado cuando su tío le propuso que se quitase las botas y se pusiese las zapatillas. Me parece que no hay zapatillas en la maleta... Vienen en el baúl que trae un carretero dijo, con el aspecto encogido y el acento del que confiesa un delito. ¡Cómo! ¿No traes zapatillas? No, señor se atrevió a responder con voz débil. Bien; entonces te pondrás unas mías.

¡Ah! ¡Confiesa usted!... fue lo único que pudo decir en el primer momento de confusión, sin poner mientes en la oportunidad de la pregunta; pero en seguida, dominándose: ¿Usted también confiesa? repitió, manteniendo el artificio que tan buen resultado le había producido. ¿A quién debo creer ahora? ¿Compiten los dos en generosidad hasta ese punto? ¿Cada uno se acusa para salvar al otro? ¡Noble competencia!

Evidentemente mi cariño no estaba completo: le faltaba uno de los tributos del amor, no el más peligroso, pero el más feo. La vi asediada y me acerqué a ella. en torno mío frases que me abrasaban: sentía celos. Nunca se confiesa estar celoso; sin embargo, no eran aquéllas sensaciones que pudiera yo confundir.

Durante la prosaica operación, conversaba con las astillas y los carbones, y sirviéndose del fuelle como de un conducto fonético, les decía: «Voy a tener otra vez el gusto de dar de comer a ese pobre hambriento, que no confiesa su hambre por la vergüenza que le da... ¡Cuánta miseria en este mundo, Señor! Bien dicen que quien más ha visto, más ve.

Palabra del Dia

vorsado

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