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Dejóse caer de rodillas delante de , y pidió por todos los santos del cielo que la oyera como en confesión. Porque me dijo por último, entre sollozos mal comprimidos y espasmos de todo el cuerpo , ya no puedo más con la carga, y llegó la hora de quitármela de encima o de morir debaju de eya.

¿Encontraré piedad en las almas ideales que viven de ilusiones, si hago la confesión sincera de haber sentido un placer inefable, en unión con mi joven secretario, cuando nos sentamos a la mesa del Saint-Simon, que se nos dio una servilleta blanca como la nieve y recorrí con complacidos ojos un menú delicado, cuya perfección radicaba en el exiguo número de pasajeros?

Ya ves, te hago una verdadera confesión, te haría todas las que quisieras. Con el ánimo de crear un ambiente más cordial y propicio para la confidencia, procuró Muñoz halagarle, mientras apuraba copitas de verde Chartreux, para salir de su abatimiento.

Ya veis que la confesión no vale nada en semejantes ocasiones. Pero la escampavía no se hundió rápidamente. La Urna de San José sintió, a la espantosa conmoción que experimentara, que algo extraordinario pasaba en su exterior, y fue enviado un grumete, que se disponía a confesar su sexagésimo tercero pecado, para que se enterase de lo ocurrido.

Vine, pues, y metiendo, doce pasos atrás de la tienda, mano a la espada, que era un estoque recio, partí corriendo, y en llegando a la tienda, dije: "¡Muera!", y tiré una estocada por delante del confitero; él se dejó caer pidiendo confesión, y yo di la estocada en una caja; y la pasé y saqué en la espada, y me fuí con ella.

Obdulia volvió a taparse el rostro con las manos y dijo entre sollozos: No es eso... Es otra cosa peor... Yo tengo un secreto, padre; un secreto que me pesa en el corazón hace tiempo y que me ahoga... El P. Gil quedó unos instantes suspenso, y dijo al fin: Si usted lo desea, iremos a la iglesia y la escucharé en confesión.

Y cuenta que las trovas de que os hablo, que ella escondió bajo la almohada al verme entrar, se las había prestado, según confesión suya, el mismísimo padre Cristóbal, del Priorato. Es verdad que siempre me dice lo mismo.

Púsose en marcha aquel bendito hombre, despues de haberse confesado, porque tambien hubo un tiempo en Francia en que el cristiano tenia que proveerse de la confesion, como del primer artículo del viaje.

La transacción le costó al clérigo humillarse hasta el polvo, una abdicación absoluta. Vivieron en paz en adelante, pero él vio siempre en ella a su señor de horca y cuchillo; tenía su honor en las manos; podía perderle. No le perdió. Pero una noche, cuando el cura cenaba, tarde, después de estudiar, Paula se acercó a él y le pidió que la oyese en confesión. Hija mía ¿a estas horas?

¡Oh! eso lo dicen todos los condenados... Es muy fácil... Pero en cuanto á dar una prueba... ¿Y si esa prueba existiera? Sorege se puso lívido, sus ojos lanzaron un relámpago y exclamó: ¿Qué prueba? La confesión del crimen por su autor. ¿Y ese autor, ¿quién es? Una mujer. ¿Tendré que decir á usted su nombre? ¿Cuál, en este caso?