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Actualizado: 9 de junio de 2025


Ah, mi cura, si me confesase ahora ¡cuántos pecadazos tendría de que acusarme! Ya no son, no, los pecadillos de antes, que conocíais tan bien. Y sin dejar de comer, le describía mis complacencias vanidosas, mis impresiones, mis trajes, mis ideas nuevas.

Fue como si de una vez le confesase y descubriese todas sus culpas, pasadas y futuras. ¿Para qué, pues, molerle y atormentarle confesándoselas después una a una según iban sobreviviendo? Esto no hubiera sido noble franqueza sino crueldad insensata. No era, pues, por D. Joaquín sino por ella misma por lo que el pecado le dolía.

Todo lo he previsto, mi buena amiga... Es evidente que mi tía, que abriga sobre otros proyectos, se mostrará al principio muy irritada... Sin embargo, me parece que el cariño que me tiene no es grande, en tanto que es muchísimo su apego al nombre de familia, de que yo soy el único representante... Fundándome en esto, no desespero de traer a mi tía a la razón a fuerza de cariño y de buenos procederes... aunque no se me oculta que corro el riesgo de enajenarme su voluntad en el presente y quizás en el futuro... Faltaría a la verdad si no le confesase a usted que me sería doloroso renunciar a las esperanzas de mejor posición que por ese lado abrigo... pero aún es para más ingrato abandonar este proyecto de casamiento con su amiga de usted, en que fundo mi dicha... Todo lo que deseo es que la señorita de Sardonne acepte mis proposiciones dignándose concederme su mano, sin que entre en sus designios ser mañana la poseedora de una fortuna que puede muy bien escapársenos... ¿Puedo contar absolutamente con usted a fin de que le indique cuál puede ser nuestro porvenir si mi tía me deshereda?

Y viniendo él con la cruz y agua bendita, después de haber sobre él cantado, el señor mi amo, puestas las manos al cielo y los ojos que casi nada se le parecía sino un poco de blanco, comienza una oración no menos larga que devota, con la cual hizo llorar a toda la gente como suelen hazer en los sermones de Pasión, de predicador y auditorio devoto, suplicando a Nuestro Señor, pues no quería la muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento, que aquel encaminado por el demonio y persuadido de la muerte y pecado, le quisiese perdonar y dar vida y salud, para que se arrepintiese y confesase sus pecados.

Los 500 pesos restantes pudieran aplicarse a los diez curas que debían quedar solos en los pueblos señalados, dando 50 pesos de gratificación a cada uno sobre los 200 de sínodos que gozan, para suavizar así la molestia de estar solo, y para que pudiese gratificar a algún religioso que confesase la gente de la estancia en el tiempo del cumplimiento de iglesia, y para otros casos que pudieran ofrecérsele; y así todo quedaba remediado.

Llamábanse primos por su lejano parentesco, se embriagaban juntos, y Luis afirmaba su resolución de ir a tiros con todo el que no confesase que la Marquesita era «la mujer más barbiana de la tierra». Pero a pesar de los abandonos de Lola, que permitían al calavera apreciar sus secretos físicos, y de que más de una vez la acompañó hasta su casa por las desiertas calles, haciendo esfuerzos por contener sus arrebatos de histérica que la impulsaban al escándalo, nunca sus relaciones pasaron de una intimidad amistosa.

El P. Gil, aunque no se lo confesase claramente, estaba contentísimo de librarse de aquella inquieta y enfadosa beata, que a todas horas le molestaba, y que el día menos pensado podía comprometerle gravemente. Se trató la cuestión de convento. El P. Gil deseaba que fuese al de Agustinas de Lancia, pero la joven prefirió una regla más estrecha.

Esta actitud extraña, que en el espíritu no muy penetrante de Soledad se prestaba á diversas interpretaciones, concluyó por rendirla enteramente. Principió á impacientarse, á desear con ansia que de una vez le confesase su amor, á buscar ocasiones para que esto pudiera efectuarse. Y, en su inocencia verdaderamente infantil, llegó á ciertos extremos ridículos.

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