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Reconociendo que lo menos peligroso, lo menos ocasionado á males, era que se viesen ambos cómplices, por si lograban entenderse y convenir en algo acerca de la hermosa Clarita, no quiso el padre hablar con Doña Blanca y proponerle una conferencia con el Comendador.

Una mañana ella le habló por fin de sus ensueños; cada palabra iba cubierta con un velo; pocas bastaron al Magistral para comprender; la interrumpió, le ahorró la molestia de rebuscar las pocas frases cultas con que cuenta nuestro rico idioma para expresar materias escabrosas; y aquel día pudo ser, merced a esto, la conferencia tan ideal y delicada en la forma como todas las anteriores.

Su madre le hablaba risueña, pero con cierto tonillo burlón que la indignaba. Además, había observado que aquella mañana había celebrado con don Oscar una larguísima conferencia. Luego había llegado el tenedor de libros de la fábrica con un hombre desconocido, y los cuatro se habían encerrado en el gabinete de don Oscar y habían estado charlando buen rato.

Miguel sospechó que no tenía ganas de ser su tutor: lejos de disgustarle esta sospecha, le causó verdadera alegría y se propuso verificarla pronto, y aun poner todos los medios por convertirla en realidad. Una mañana salió de su casa en dirección a la de su tío, dispuesto a tener con él una conferencia y resolver de una vez el problema de la gestión de sus intereses.

Las dos damas esperaban ansiosas en el gabinete el resultado de la conferencia, y las impresiones de Barbarita no tenían nada de lisonjeras: «Hija, Baldomero no se nos presenta muy favorable. Dice que es necesario probarlo... ya ves , probarlo; y que eso del parecido será ilusión nuestra... Veremos lo que dice Juan».

Al verlas alejarse y salir de la estancia, otro hombre menos superior sentiría alguna inquietud, cierto anhelo por saber lo que iba a pasar en aquella conferencia memorable. Pero nuestro joven estaba tan por encima del vulgo en estas y otras materias, que se puso a bromear con las damas con la misma tranquilidad que si Esperancita y la marquesa se hubiesen ido a hablar de modas.

La frialdad de sus relaciones no hacía necesario más frecuente trato. No bien supo el Comendador el resuelto proyecto de boda entre D. Casimiro y Nicolasa, fué á Villabermeja; visitó á la chacha Ramoncica y tuvo una larga conferencia con ella, de cuyo objeto se enterará más tarde el curioso lector. Después de esto se volvió á la ciudad D. Fadrique.

O como estas: «Señores diputados que dijeron ...» «Ayer celebró una conferencia», etc. Los dedos de Señana sumaban, y el de Sinforoso Centeno seguía tembloroso y vacilante los renglones, para poder guiar su espíritu por aquel laberinto de letras.

A todo ello accedí de buen grado, y me mostré en el resto de la conferencia, que duró hasta cerca de las once, amable, generoso y de una flexibilidad que no quiero decir en qué rayaba. Salí de la casa en extremo satisfecho. Don Oscar me despidió con gravedad cortés a la puerta.

Andrés se emboscó por las cercanías, y cuando atisbó a Rafael abocole con las debidas precauciones para no ser notado. El chico se mostró acortado y como descontento de aquella conferencia. Hacía ya tiempo que no oía a su padre más que maldecir del señorito madrileño. Además, él había sido la causa de que le subastasen las vacas.