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Un catedrático de clínica le salió al paso y poniéndole misteriosamente la mano sobre el hombro el catedrático era su amigo le preguntó en voz baja: ¿Estuvo usted en la cena de anoche? Basilio, en el estado de ánimo en que se encontraba, creyó oir anteanoche. Anteanoche fué la conferencia con Simoun. Quiso explicarse.

Pues este presbítero, tan servicial como voluntarioso, fue el encargado de conducir las negociaciones para el matrimonio. Godofredo le confió sus poderes o se los tomó él; no es fácil averiguarlo. De todos modos, cierta mañana llegó a casa del ingenioso Sánchez y tuvo una larga y secreta conferencia con los señores.

Ambas me han contado que no pueden levantar los ojos para mirar a un hombre, sin que al día siguiente tengan que soportar una dura conferencia sobre las maneras corteses y la modestia propia de una niña. En verdad, no creo tenga, hasta ahora, muchos motivos por qué lamentarse.

Sin duda sospechaba algo, y como persona de mucho pesquis, no se tragaba ya aquellas bolas del estudiar fuera de casa y de los amigos enfermos a quienes era preciso velar. A los dos días de aquel en que el exaltado mozo se arrancó a prometer su mano, doña Lupe tuvo con él una grave conferencia.

Un rato llevaban de interesante conferencia, cuando sonó la campanilla, y a poco entró Maxi en el gabinete, que era donde su tía y don Francisco estaban. Fortunata estaba planchando. En cuanto vio llegar a su marido, fue a ver qué se le ofrecía, pues algo desusado debía de ser. A tal hora, las diez de la mañana, no venía jamás a casa el pobre chico.

Obligado á celebrar una conferencia, para tratar este asunto, con el padre y el hermano de Carola, siembra entre ambos tal cizaña, que al fin se matan uno y otro.

Pues harías bien en darle de vez en cuando alguna conferencia íntima; si no, me temo que haya que llevarlo pronto al manicomio. No creas que está siempre en mi mano. El otro tío es muy escamón. Después del Real ¿verdad? No me llevéis más gente. El ruido no me conviene ahora que estoy bien colocada ¿sabéis? Hasta luego. Oye, , feo dirigiéndose a Ramón , ¿por qué no hablas?

No bastaba una conferencia para curar un alma, ni acudir con enfermedades viejas y descuidadas era querer sanar de veras. De todo esto se deducía racionalmente, aparte todo precepto religioso, la necesidad de confesar a menudo. No se trataba de cumplir con una fórmula: confesar no era eso.

Como llamaron de súbito a la puerta y entraron los pequeños, no pudo la de Bringas ser más explícita, ni Pez tampoco; únicamente tuvo ella tiempo de hacer constar una cosa: «Deseaba mucho que usted volviese. Tengo que hablarle...». Los besuqueos de los niños interrumpieron esta grata conferencia, que iba tan conforme al plan de la Pipaón.

Antoñona venía resuelta a tener una conferencia muy seria con D. Luis; pero no sabía a punto fijo lo que iba a decirle.