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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Desde el principio de la guerra, la gran masa, que cree en los vaticinios misteriosos y las intervenciones sobrenaturales, tenía siempre un pueblo favorito, un pueblo de moda, en el que concentraba sus esperanzas. Primeramente había sido Rusia, con sus millones y millones de hombres, el «rodillo» compresor ruso, que no tenía mas que ir avanzando para laminar á Alemania. ¡Pobre rodillo!

Y mamá había visto sin protesta cómo en estas empresas se gastaba la modesta fortuna de la familia, y le seguía a Ceuta cuando le indultaban de la pena de muerte por la de reclusión perpetua; siempre animosa y sin permitirse el más leve reproche, comprendiendo que la vida de su hijo había de ser así forzosamente, no queriendo causarle molestias con inoportunos consejos, orgullosa, tal vez, de que su Fernando arrastrase a los hombres con la fuerza de los ideales y asombrara a los enemigos con su virtud y su desinterés. ¡Mamá!... Todo el cariño de célibe, de hombre que, subyugado por una pasión humanitaria, no había tenido ocasión de fijarse en la mujer, lo concentraba Salvatierra en su animosa vieja. ¡Y ya no vería más a mamá! ¡no encontraría aquella vejez que le rodeaba de mimos maternales como si viese en él un eterno niño!...

Creció la niña como lozano arbusto nacido en fértil tierra: dijérase que se concentraba en el cuerpo de la hija la vida toda que por su causa hubo de perder la madre. Venció la crisis de la infancia y pubertad sin ninguno de esos padecimientos anónimos que empalidecen las mejillas y apagan el rayo visual de las criaturas.

No obstante, este interés se concentraba ante todo en el caballo, lo que nada tenía de particular en una vecindad donde la carrera recorrida por la yegua de French Pitt al escaparse del magistrado de Calaveras, eclipsó todo el interés para el término fatal de personaje tan digno y benemérito.

Luego, haciendo un esfuerzo, concentraba su atención, y oía a Febrer que le hablaba de grandes y lejanas ciudades, de desfiles de coches lujosos, con mujeres que ostentaban las últimas modas, de escalinatas de teatros por donde descendían cascadas de brillantes, plumas y hombros desnudos, esforzándose él por colocarse al nivel del pensamiento de la muchacha, por halagarla con estas descripciones de gloria femenil.

No teniendo que preocuparse de la defensa, concentraba todas sus potencias en el ataque, y no había mano más pronta y ágil que la suya. Si alguien se negaba á obedecerle, veía inmediatamente desdoblarse al mestizo, hasta convertirse en una compañía entera de Morales, todos espada en mano.

Como durante el día, Petrov unas veces no se atrevía a moverse y parecía un cadáver, y otras sacudía todo el cuerpo, como si temblara de frío. Todo su horror se concentraba en su madre, en la pobre vieja de cara pálida. No pensaba ya que fuera cómplice de los médicos que querían perderle. Ni siquiera razonaba el horror que le inspiraba; pero temía ver su cara y oírle decir: «¡Hijito mío

En este momento el perro de á bordo empezó á ladrar furiosamente, anunciando la presencia del capitán y al mismo tiempo el peligro. Abandonó el abrigo de una colina de carbón, avanzando por un terreno descubierto. Concentraba toda su voluntad en el deseo de llegar á su barco cuanto antes. Brilló una corta llama, seguida de una detonación. Ya disparaban contra él.

Parecía querer mirarse en sus pupilas, al mismo tiempo que concentraba en los propios ojos todo su poder de seducción. ¿Amigos de veras?... preguntó con una voz susurrante . ¿Amigos para siempre?... ¿Amigos por encima de la calumnia y de la envidia? El joven se sintió vencido por el contacto y los perfumes de aquella mujer.

Toda su atención se concentraba en el deseo de pisar cuanto antes aquella tierra maravillosa, para comprar flores, comer frutas frescas y tomar asiento en un café de la Avenida Central, viendo caras nuevas.

Palabra del Dia

ciencuenta

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