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Actualizado: 8 de mayo de 2025


La vida se concentraba en la ciudad, como si la guerra asolase los campos y sólo dentro de sus muros se considerase segura. El antiguo latifundo enseñoreado del suelo, poblaba la campiña de hordas cuando lo exigían las faenas.

Suponiéndose por un momento en una duda universal, sin aceptar como cierto nada de cuanto sabia, se concentraba dentro de mismo, y buscaba en el fondo de su alma un punto de apoyo donde hacer estribar el edificio de los conocimientos humanos.

Toda la vida se concentraba en sus ojos. Un médico militar que venía conmigo me confirmó su identidad. Es la señorita de Maxeville: una joven del gran mundo antes de la guerra. El doctor sólo la conocía algunos meses. Había presenciado la muerte de la otra, una muerte horrible, cuyo recuerdo le estremecía aún.

Alguna tarde salía a pasear por las afueras; iba al huerto de su hermana, junto al río, llevando siempre al lado a Leonora, que ya tenía unos once años. En ella concentraba todo su afecto... ¡Pobre doctor!

El apuntador concentraba toda su vida en los ojos, é inclinado sobre la pieza la movía, buscando la parte sensible de aquel cuerpo gris y prolongado que asomaba á flor de agua lo mismo que un cetáceo. De pronto, una nube de astillas voló cerca de la proa del vapor. Un proyectil enemigo acababa de chocar con el borde de los techos que cubrían la cocina y los ranchos de la tripulación.

Pertenecía a la excelente clase de pobres de espíritu, que lo son también de palabras. Concentraba en su tristeza incolora, sus uniformes recuerdos, sus pensamientos monótonos. Por esto solía decirle la tía María: «Es usted un bendito, hermano Gabriel; pero no parece que la sangre corre en sus venas, sino que se pasea.

La luz del reverbero, cuya cortina azul descorrió para mejor examinar a la durmiente, la hería de lleno; pero según el balanceo del tren, oscilaba, y tan pronto, retirándose, la dejaba en sombra, como la hacía surgir, radiante, de la obscuridad. Naturalmente se concentraba la luz en los puntos más salientes y claros de su rostro y cuerpo.

Las gentes se interrogaban en los salones con el tono misterioso de los iniciados que buscan reconocerse: «¿Sabe usted tanguear?...» El tango se había apoderado del mundo. Era el himno heroico de una humanidad que concentraba de pronto sus aspiraciones en el armónico contoneo de las caderas, midiendo la inteligencia por la agilidad de los pies.

El público, ya que no podía verle, concentraba su curiosidad en todo lo que era de su pertenencia, y por esto desde el amanecer se aglomeró en torno del palacio del gobierno para contemplar la llegada de los objetos extraídos del navío del Hombre-Montaña, que los buques de la escuadra del Sol Naciente habían remolcado el día anterior.

En tiempo de paz, Chichí había admirado algo á este personaje «Es guapo decía pero con una sonrisa muy ordinariaAhora todos sus odios los concentraba en él. ¡Las mujeres que lloraban por su culpa á aquellas horas! ¡Las madres sin hijos, las mujeres sin esposo, los pobres niños abandonados ante las poblaciones en llamas!... ¡Ah, mal hombre!... Surgía en su diestra el antiguo cuchillo de «peoncito», una daga con puño de plata y funda cincelada, regalo del abuelo, que había exhumado de entre los recuerdos de su infancia, olvidados en una maleta.

Palabra del Dia

hociquea

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