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Actualizado: 29 de junio de 2025
«Pero no hay como ser bruto para llegar a rico», según decía el barbero Cupido al hablar de don Matías. Poco a poco fue lanzándose en la exportación de la naranja a Inglaterra. Compró a crédito las primeras partidas y comenzó a soplar para él la racha de loca suerte que todavía duraba. Su fortuna fue cosa de pocos años.
«¿Qué se pierde por probarlo? se decía, arropándose en la cama . Podrá no ser verdad... ¿Pero y si lo fuese? ¡Cuántas mentiras hubo que luego se volvieron verdades como puños!... Pues lo que es yo, no me quedo sin probarlo, y mañana mismo, con el primer dinero que saque, compro el candil de barro, sin hablar.
En aquel día memorable he visto a tu tío en la Bolsa hecho un héroe, la actitud tranquila, los ojos brillantes, la voz sonora, lanzando con arrojo todo su capital a la especulación. «¡Compro! ¡compro! ¡compro!» gritaba. Y su voz sonaba alegre, confiada, en medio del terror y la desesperación. No sabes el aliento que infundió y cuánto levantó el ánimo de todos en aquellos instantes aciagos.
Creo que le Tas ha encontrado un doméstico. Mañana irá a informarse y uno de estos días hablaremos de ello. Al día siguiente, le Tas tomó el tren de Corbeil. Se hospedó en el hotel de Francia y se puso inmediatamente a recorrer la ciudad. Visitó las papelerías, compró flores a todos los jardineros y se paseó por todas las calles.
Trajo mucho dinero, y nos compró ropa y muebles, y a mí dulces y juguetes, y un rorro muy lindo, de cabellos rubios y ojos azules, que decía «papá y mamá». No he olvidado a mi padre: era un caballero alto, de ojos muy hermosos, con unos bigotes muy retorcidos.
En la pared, por bajo de la estampa religiosa que compró Tirso, se veía el mapa de las Provincias Vascongadas y Navarra, en que don José iba marcando la situación de las tropas.
Todo el que me puedas proporcionar. Puedo proporcionarte hoy municiones por valor de tres mil francos dijo el contrabandista. Las compro. Y dentro de ocho días dispondré de otras tantas añadió Marcos con la misma tranquila voz y la mirada atenta. También las compro. ¡Sí, usted las compra exclamó Hexe-Baizel , usted las compra, no lo dudo!; pero ¿quién las paga?
Vamos, mujer dijo cariñosamente el señor D. Manuel Penáguilas, pues no era otro , las personas decentes no comen moras silvestres ni dan esos brincos. ¿Ves?, te has estropeado el vestido... no lo digo por el vestido, que así como se te compró ese, se te comprará otro... dígolo porque la gente que te vea podrá creer que no tienes más ropa que la puesta.
¡Buen tabaco! exclamó el amo de la casa dándole vueltas entre los dedos. ¡Qué latigazos se pega usted, amigo! Regulares, regulares respondió el clérigo con sonrisa de satisfacción, dirigiendo al mismo tiempo una mirada expresiva a su antigua ama, que le pagó con otra brillante y cariñosa. ¿Dónde los compra usted? No los compro: me los regalan. Otro cambio de miraditas risueñas y apasionadas. ¡Ah!
Me compró un aparato fotográfico perfeccionado, útiles de pirograbado, una caja de colores, las últimas novelas y los juegos de sociedad. ¡Todo en vano...! Me pagó vestidos para distraerme. Me ofreció lecciones de piano. ¡Todo me fastidiaba...! Una noche, al desnudarme delante de él, exclamó: «¡Qué piernas tan bonitas tienes, querida mía...!»
Palabra del Dia
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