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Actualizado: 23 de junio de 2025
Un soldado se complace en enseñar sus cicatrices; el gaucho las oculta y disimula cuando son de arma blanca, porque prueban su poca destreza, y Facundo, fiel a estas ideas de honor, jamás recordó la herida que Dávila le había abierto antes de morir. Aquí termina la historia de los Ocampos y Dávilas, y de La Rioja también. Lo que sigue es la historia de Quiroga.
Y su condición de dama se probaba en que después de haber hecho todo lo posible, en la primera parte de la visita, por mostrar cierta severidad de principios, juzgó en la segunda que venía bien caerse un poco del lado de la indulgencia. El verdadero señorío jamás se complace en humillar a los inferiores.
Es claro que el maquinista no me informará sobre el estado de relaciones entre el Japón y los Estados Unidos, en las que, por otra parte, no me intereso, porque no me importa; pero a mí me complace mucho estar con los tipos que me son simpáticos y de todos los hombres de trabajo ninguno lo es tanto para mí como el maquinista de ferrocarril. ¡Puede ser!... Sí, Ricardo, lo es.
La «Villa Blanca» merecía su nombre y en medio de las edificaciones multicolores y de las quintas chillonas en que se complace la extravagante fantasía de arquitectos delirantes se distinguía por su elegante sencillez y por su fachada inmaculada.
Muéveme a decir esto la lectura de un libro reciente titulado Inducciones, debido al notable y cultivadísimo ingenio y al elocuente entusiasmo del Sr. D. Pompeyo Gener. Mucho me complace coincidir con autor tan entendido en tener el mismo concepto de la filosofía.
En extremo me complace saber que eres de noble extirpe y bastante antigua hasta donde cabe en un pueblo que hace pocos siglos era salvaje todavía, careciendo de documentos y de archivos que pudiesen acreditar la nobleza de persona alguna, y las hazañas de sus progenitores.
Comparado, pues, con las corridas de toros todo cuanto hemos dicho a escape y desordenadamente sobre la ferocidad humana, así en la edad antigua como en la moderna, lícito es inferir y afirmar que las tales corridas distan mucho de ser un signo de barbarie en el pueblo que se complace en ellas, y que hay sobrada hipocresía, o por lo menos afán de mostrar un sentimiento refinado en censurarlas y condenarlas resueltamente.
Unas veces se presenta con un escepticismo risueño y paradójico que parece decir a los lectores: «Yo no creo en nada, ni en Dios, ni en los hombres, ni en la madre que me parió, pero me gusta aprovecharme de las cosas buenas que en el mundo nos encontramos, como el amor, los buenos vinos, los paisajes bonitos, etcétera, etc., y vamos viviendo.» Su maestro es Campoamor, a quien imita no tan sólo en el pensamiento sino en la frase, expresando las ideas elevadas y abstrusas en forma llana y corriente, y así como el ilustre poeta, también él desciende a los pormenores vulgares de la existencia y se complace en describir lo pequeño e insignificante.
Por mucho que los filipinos deban á España, no se les puede exigir que renuncien á su redención, que los liberales é ilustrados vaguen como desterrados del patrio suelo, que se ahoguen en su atmósfera las aspiraciones más groseras, que el pacífico habitante viva en continua zozobra, dependiendo la suerte de los pueblos de los caprichos de un solo hombre; la España no puede pretender, ni en el nombre del mismo Dios, que seis millones de hombres se embrutezcan, se les explote y oprima, se les niegue la luz, los derechos innatos en el ser humano, y después se les colme de desprecio é insultos; no, no hay gratitud que pueda excusar, no hay pólvora suficiente en el mundo que pueda justificar los atentados contra la libertad del individuo, contra el sagrado del hogar, contra las leyes, contra la paz y el honor; atentados que allá se cometen cada día; no hay Divinidad que pueda proclamar el sacrificio de nuestras más caras afecciones, el de la familia, los sacrilegios y violaciones que se cometen por los que tienen el nombre de Dios en los labios; nadie puede exigir del pueblo filipino un imposible; el noble pueblo español, tan amante de sus libertades y derechos, no puede decirle que renuncie á los suyos; el pueblo que se complace en las glorias de su pasado no puede pedir de otro, educado por él, acepte la abyección y deshonre su nombre!
Lo que más me complace continuó Pinilla es que cae también el joven Bozmediano, que también se ha metido á político, educado por su padre. ¡Bozmediano! Sí; es un hombre tan odioso para mi, que me parece que si no le veo ensartado me muero de un berrinche. ¿Y qué le ha hecho á usted? Ahí tuvimos una pendencia en Lorencini. Reñimos. Fué por un discurso mío; es cuento largo.
Palabra del Dia
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