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Por ventura, aquellas resmas de prospectos, o aquellas circulares de industriales que «acaban de recibir el surtido para la estación», o las esquelas mortuorias, o los folletos insulsos que diaria y profusamente le llegaban por el correo interior y que al principio creyó muestras de una especial deferencia a su persona, pues le eran desconocidos los remitentes, ¿no se le enviaban a título de diputado a Cortes? ¿No los recibían igualmente todos sus colegas, muchos de los cuales no tenían sobre qué caerse muertos?

El ministro se había negado a rebajar la cuota del Ayuntamiento, lo cual me tenía muy disgustado. Pensando en lo que había de decir a mis colegas cuando me viese entre ellos, y en el modo mejor de explicarles la causa del fracaso, crucé la plaza del Rey y entré en la calle de las Infantas.

¡Ah, ! concluyó el médico que sin duda se vio amagado por una historia patológica de la familia de mi tío; , el doctor Brown era un gran práctico. En este momento se acercaban los otros colegas. Habían terminado su examen e iban a celebrar consulta. Poco tendrían que decir de la enferma; tal era su estado de gravedad. Según opinión unánime, era una hemorragia cerebral en su más terrible forma.

En vez de las pláticas morales que se usan y de las huecas y disparatadas declamaciones de sus colegas contra la ciencia y la razón, los sermones de nuestro escolapio trascendían fuertemente a lecturas modernísimas: en todos ellos procuraba demostrar directa o indirectamente que no existe incompatibilidad entre los adelantos de la ciencia y el dogma.

El camarero de la guitarra y otros dos colegas se esmeraban en el servicio de la mesa, porque eran los de la ópera los que venían a cenar; y... ¡colmo de la expectación!, se aguardaba también a las cómicas; vendrían la tiple, la contralto, una hermana de esta y la doncella de Serafina, que en los carteles figuraba con la categoría dudosa de otra tiple.

En este sentido llegó a escribir un artículo luminoso que envió a los Anales de las ciencias naturales, ya que sus revistas El mundo orgánico y El mundo inorgánico no se publicaban hacía tiempo por falta de dinero. Desgraciadamente no fue posible insertarlo, ni allí ni en otra revista extranjera adonde lo remitió. Los celos de sus colegas le perseguían, como ha sucedido siempre en tales casos.

Lo que se puede bien llamar juventud dorada del clero de la capital, tan envidiada por sus colegas de la montaña, que según ellos mismos se embrutecían a ojos vistas, la juventud dorada acudía sin falta todas las tardes de otoño y de invierno que hacía bueno al Espolón; iba lo que se llama reluciente; parecían diamantes negros, y sin que nadie tuviera nada que decir, presenciaban las idas y venidas de las jóvenes elegantes; y los que eran observadores podían notar las señales del amor, de la coquetería, en gestos, movimientos, risas, miradas y rubores.

Los ánimos estaban un poco abstraídos. Reinaba cierta inquietud en la tertulia, motivada por la presencia del P. Gil, a quien ninguno de sus colegas, si se exceptúa el P. Norberto, mostraba simpatía. La conversación fue rodando de uno en otro asunto, todos de poca monta.

Está bien; pero supongamos que ésta no se consigue y que en tal trance no acudimos a usted, que ha hallado la panacea universal, sino a alguno de sus colegas, menos prácticos que usted en la terapéutica, y que le espetamos esta pregunta concreta: «¿Podemos morirnos de amorEso no se pregunta a los médicos, sino a los enfermos repuso el doctor.

Si yo hubiese podido prevenirlo, no creo que él tomase la resolución heroica de privarse de sus cartas ni del placer de escribirle. Pero todos los hombres están sujetos al error, sobre todo los médicos. No enseñe usted esta frase a mis colegas. »Hicimos un viaje bien tonto de Malta a Corfú, en un vapor muy sucio, cuya chimenea humeaba horriblemente.