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Actualizado: 27 de junio de 2025
Aquella huída fue tan rápida como una visión; en el momento que Kasper apuntaba por segunda vez, la cola del último caballo desaparecía entre los matorrales. El caballo del cosaco muerto permanecía solo, junto al agua, porque una rara circunstancia le impedía moverse; su dueño, con la cabeza hundida en el légamo, tenía el pie metido en el estribo.
El que quiera verse seguido de centenares y centenares de personas, vístase de azul, de encarnado, de amarillo, de verde, de blanco y de negro; cúbrase la cabeza con plumas de pavo real, de cuervo, de buitre, aunque sea de gallo ó de gallina; si no hay plumas, póngase la cola de una zorra, ó cosa semejante; toque luego un chinesco, un tambor, una gaita; toque unas trévedes ó un almirez, sino tiene á mano otros instrumentos; toque con fuerza, haga ruido, mueva estrépito, mucho estrépito, alarme las orejas de todo el mundo.... No tengais cuidado, no irá solo.
Estos seres marchan siempre a la cola de las pequeñas necesidades de una gran población y suelen desempeñar diferentes cargos, según el año, la estación, la hora del día.
Miguel pasó al cabo de algunos meses a ser su paje de cola: «Miguel, tráeme las tenazas. Miguel, echa carbón en la hornilla. Miguel, corre a pedir a la cocinera agujas. Miguel, abre esa ventana.» El hijo del brigadier se apresuraba a cumplimentar estas órdenes como el caballero que busca ocasión de festejar a su dama y ansía testimoniarle su rendimiento.
Lentamente volvían a la sala donde estaba el balcón, mientras en el comedor sonaban carcajadas saludando la aparición del barbero, envuelto en su lujosa bata. Cupido sacaba partido de la situación para provocar la risa, y recogiéndose la cola y atusándose las patillas, braceaba cual una tiple en una romanza dramática cantando de falsete.
¿Quién te había de decir, hermosa, cuando arrastrabas hace poco la cola por Oviedo, que tan pronto habías de llegar á pedir perdón á este pobre minero y á besarle los pies?... Porque has de besármelos, ¿sabes? De otra suerte no saldrás más de aquí. No quisiste ser señorita, preferiste ser aldeana. No te aplaudo el gusto y menos que lo hayas hecho por amor á ese zote de Villoria.
El viejo, apoyado en ellos, hablaba de la primavera, cuando bajaban las yeguas de la dehesa y entraban en la cuadra con la cola recogida sobre el lomo para evitar entorpecimientos, y el yegüerizo mayor se arriesgaba bajo las patas amenazantes, encauzando la fecundación. Aquí tiene su mercé decía el viejo a toos los buenos mozos que fabrican los potrancos y las mulillas de Matanzuela.
Avanzaban cautelosamente, se detenían, volvían la cabeza para mirar al amo. Su cola elevábase con movimientos que revelaban indecisión; sus orejas aguzábanse con la inquietud. ¡Chist! ¡chist! murmuró el Mosco para que sus acompañantes permaneciesen quietos en la espesura. Todos estaban de rodillas, apoyados en las manos, avanzando la cabeza lo mismo que los perros para oír mejor.
15 He aquí ahora behemot, al cual yo hice contigo; hierba come como buey. 16 He aquí ahora que su fuerza está en sus lomos, y su fortaleza en el ombligo de su vientre. 17 Su cola mueve como un cedro, y los nervios de sus genitales son entretejidos. 21 Se echará debajo de las sombras, en lo oculto de las cañas, y de los lugares húmedos.
Era una merluza de más de tres libras, que parecía de plomo brillante, con el escamoso vientre hundido en la salsa, un fresco cogollo de lechuga en la boca, y en torno de la cola unos cuantos rabanillos cortados en forma de rosas.
Palabra del Dia
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