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Actualizado: 25 de junio de 2025
El rodar de los coches y el chocar de los herrados cascos sobre el piso desigual y duro, formaban un ruido monótono, constante, que rasgaban de improviso los gritos de los vendedores, los pitos de los tranvías o las agrias notas de alguna murga que, refugiada en un portal, daba tormento a sus instrumentos de cobre enfundados en sacos de percalina negra.
Pero no... la muy bestia se empeña en gobernarse sola, ¿y qué hará?... Alguna barbaridad, pero gorda. Si no, allá lo veremos». Fortunata se echó a la calle, y en la Plaza del Progreso vio muchos coches; pero muchos. Era un entierro, que iba por la calle del Duque de Alba hacia la de Toledo.
En la puerta hay una de carruajes que no se puede pasar, y todo son miradas, frases cambiadas como al descuido, darlas el brazo hasta los coches, en fin, como los domingos a la entrada de las iglesias de moda. ¡Y para eso dejan solo a mi padre! ¡Te juro que lo evitaré! Hablaron después de otros asuntos; pero Pepe no podía fijar en nada la atención.
Serían entre cuatro y cinco de la tarde, cuando se llegó al brasero: donde se vieron juntas pasadas de treinta mil almas; habiendo concurrido de todo el Reino muchos de la payesía a la extrañeza de la función. Estaba aquel dilatado espacio, ocupado todo de muchas tiendas, tablados, coches, calesones, carros, que por entre la gente hicieran una alegre perspectiva a no ser tan funesta la función.
El estrépito de los coches y su número desusado sorprendían á los transeuntes, que se detenían, y al enterarse de que era boda gritaban riendo: ¡Vivan los novios! Y los de la comitiva respondían con vivas aún más sonoros, golpeando al mismo tiempo con los bastones hasta romperlos.
Este es el rinconcito que yo anhelaba, un rinconcito perfumado y cálido, a mil leguas de los periódicos, de los coches de alquiler, de la niebla. ¡Y cuántas lindas cosas me rodean! No hace más de una semana que me he instalado aquí, y tengo llena ya la cabeza de impresiones y recuerdos.
Esperó algunos minutos, con la cabeza tendida en dirección del Vivero, espiando todos los ruidos.... Vio dos luces entre la obscuridad lejana, después cuatro... eran ellos, los dos coches.... El ruido rítmico de los cascabeles se hizo claro, estridente; a veces se mezclaban con él otros que parecían gritos, fragmentos de canciones. «¡Qué locos, vienen cantando!».
Buscaba los coches de primera, porque en ellos encontraba departamentos vacíos. ¡Qué de aventuras! Una vez abrió sin saberlo el reservado de señoras; dos monjas que iban dentro gritaron: «¡Ladrones!», y él, asustado, se arrojó del tren y tuvo que hacer a pie el resto del camino.
Eso decía yo continúa García . ¡Para qué coches!...» La Gaceta del día siguiente anunció que los impíos unitarios habían asesinado a Maza. Un gobernador del interior decía, aterrado, al saber esta catástrofe: «¡Es imposible que sea Rosas el que lo ha hecho matar!» A lo que su secretario añadió: «Y si él lo ha hecho, razón ha de haber tenido»; en lo que convinieron todos los circunstantes.
Entre los coches de propiedad particular, las líneas de ómnibus, las empresas de coches de plaza, carros y vehículos de toda especie, el número de carruajes que circula por el interior de Paris se eleva al fabuloso de ciento setenta mil.
Palabra del Dia
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