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Actualizado: 25 de noviembre de 2025


A las once y media llegaron los coches de luto. En el primero de ellos entraron Amaury y el doctor que, rompiendo con la costumbre que no permite a los padres seguir el cadáver de sus hijos, quiso formar parte del cortejo fúnebre. Llegaron a la iglesia, cuyas naves, coros y capillas, estaban enteramente adornados con blancas colgaduras.

La maga es muy buena.»Y Loppi se echó a llorar de alegría. Vivía Masicas con todo el lujo de su señorío. Los barones y las baronesas se disputaban el honor de visitarla: el gobernador no daba orden sin saber si le parecía bien: no había en todo el país quien tuviera un castillo más opulento, ni coches con más oro, ni caballos más finos.

¿Habéis visto pasar dos coches para arriba? . No. Dos. Tres. Para abajo. Mentira, mainate... ¡si te inflo!... Para arriba, señor cura. Era una galera. ¡Un coche, farol! Dos carros eran, mainate. ¡Te rompo!... ¡Te inflo!... El Magistral no pudo averiguar nada. Se inclinó a creer que habían pasado. Pero no dejó el paseo; continuó dando vueltas y limpiándose la mano besada por la chusma.

Los más ágiles hicieron su agosto; los más torpes gatearon inútilmente. La Caporala y Eliseo trataban de poner orden, y cuando los novios y todo el acompañamiento se metieron en los coches, quedó en las inmediaciones de la iglesia la turbamulta mísera, gruñendo y pataleando. Se dispersaba, y otra vez se reunía con remolinos zumbadores. Era como un motín, vencido por su propio cansancio.

A ratos Fortunata se inclinaba hacia atrás, como deseando no ser vista de los transeúntes; a ratos parecía tan tranquila, como si fuera en compañía de su marido. «Ayer te vi... digo, no te vi... Vi el entierro y me figuré que irías en los coches de delante». Los ojos de ella le envolvían en una mirada suave y cariñosa.

Fortunata vio largo rosario de coches como culebra que avanzaba ondeando; y al mismo tiempo otro entierro subía por la rampa de San Isidro, y otro por la de San Justo. Como el viento venía de aquella parte, oyó claramente la campana de San Justo que anunciaba cadáver. «Estará con su papá pensó ella , y aunque al volver me vea, no ha de decirme nada».

La única distracción de doña Lupe en sus horas solitarias era ver quién entraba en el taller de coches inmediato o en la imprenta de enfrente, y si pasaba o no doña Guillermina Pacheco en dirección del asilo de la calle de Alburquerque.

El mobiliario había cambiado poco del que existía en aquella antigua época de los coches y mensajerías, pero el ambiente general que reinaba, era de abundancia y comodidad.

Vamos, Juanillo, haz un esfuerzo; llegaremos pronto al puesto... ¿Pero señor, dónde se meten los coches...? Ni uno sólo cruza por aquí... Allá lejos veo uno... ¡gracias a Dios!... ¡Se aleja el maldito!... Aquí está otro... éste ya es mío. A ver cochero... cinco duros si V. nos lleva volando al hotel número diez de la Castellana...

El dos se quiere hacer pasar por tres; el tres hace creer que es cuatro; el cuatro dice: «Si yo soy cinco», y así sucesivamente. Ya se van los coches» dijo Isidora, que apenas había oído la charla de su amigo. Era tarde. Llegaba el momento en que, cual si obedeciera a una consigna, los carruajes rompen filas y se dirigen hacía el Prado.

Palabra del Dia

vengado

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