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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Al escuchar aquella heroica narración, en que la intrepidez de Santiago se revelaba por primera vez, el capitán Massareo, que conocía perfectamente la cobardía de su segundo, no concebía un cambio tan rápido; pero, acordándose de la quijada de Sansón, de la burra de Balaam, y de tantos otros milagros, acabó por mirar a Santiago como un elegido a quien Dios había animado de pronto con un soplo divino, para darle la fuerza de combatir a un réprobo, a un hijo del ángel rebelde.
Y a más de esto, la amenaza material: el terror de la hoguera inspirando la cobardía y el envilecimiento a los hombres ilustrados.
Hay sobre todo dos personajes, que se distinguen de todos los demás de la comedia: uno es el hermano de Floristán, tipo de aquellos segundos galanes, tan comunes en las obras dramáticas posteriores, prontos siempre á casarse con la dama abandonada por el primero, y muy útiles para sacar al autor de embarazo; y otro el criado enamorado de la criada, que por su afición á las intrigas, por su cobardía, etc., nos ofrece los rasgos característicos del gracioso.
Persuadióles lo que quería, y con estos pocos compañeros, en el mayor rigor del tiempo, por Febrero del año siguiente, pasó á reconocer el bosque que faltaba por abrir para entrar en los Zamucos; y pareciéndole cobardía el no poner luego manos á la obra para allanar aquella dificultad, cogiendo una hacha y otras á su imitación los neófitos, comenzó á hacer el camino.
Repito que es una cobardía, y permíteme que te diga que hacerlo delante de gente es aún otra cosa peor. A todos nos causó mal efecto aquella escena, y hubo una pausa. Villa entabló otra conversación para que cesase el embarazo.
Sólo tiene a sus órdenes trescientos hombres sin disciplina, y él viene además enfermo y decaído... Facundo toma el camino de Mendoza, llega, ve y vence, porque tal es la rapidez con que los acontecimientos se suceden. ¿Qué ha ocurrido? ¿Traición, cobardía? Nada de todo esto.
Entonces, por cobardía, se esforzó para pensar en los primeros tiempos de su amor, en la dicha de haberla conquistado, de haberse impuesto al alma que miraba tan misteriosamente por aquellas pupilas circundadas de ligera sombra. Pero acaso ella no podía amarle, algo inconmensurable y oscuro había sin duda entre los dos. De pronto, la obsesión visionaria se reavivó, acercándose.
Pero había de ser en la calle, pues todos ellos sentían cierta repugnancia a empujar las cancelas, como si los cristales fuesen un muro infranqueable. Los largos años de sumisión y cobardía pesaban sobre la gente ruda al verse frente a sus opresores. Además, les intimidaba la luz de la gran calle, sus anchas aceras con filas de faroles, el resplandor rojo de los balcones.
Lo que le avergonzaba era el abandono en que la había dejado, la cobardía de su floja voluntad, el egoísmo de no entristecerse viéndola enferma... ¡La pobre había muerto sola, en aquella cuadra blanca, rodeada de humanas bestias que sólo pensaban en ellas con el egoísmo del dolor, sin una mirada de cariño, sin una mano que estrechase la suya! ¡Y este crimen era ya irremediable!... ¡Ay, si Feli pudiese resucitar, sólo por un día, por una hora!
No tuvo ánimo para entrar también; tembló de pensar lo que diría Severiana si se enteraba; pues ¿y doña Guillermina?... Refugiose en el cuarto de la comandanta, donde había dejado velo y manguito. La cobardía que sintió impulsábala a correr hacia la calle.
Palabra del Dia
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