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Actualizado: 10 de junio de 2025
Señor doctor dijo el duque a Stein , en vuestras manos me pongo. Confío en Dios, en vos y en mi buena estrella. Manos a la obra, y no perdamos tiempo. Al oír estas palabras, Stein levantó la cabeza; su rostro quedó perfectamente sereno, y con un ademán modesto, pero imperativo y firme, alejó a los circunstantes.
Bueno, Piscis, muchas gracias... Adiós... No dejes de venir mañana, ¿eh?... Puede que salga a caballo. Decía esto con gran dulzura y amabilidad, para desagraviarle. Piscis mascullaba unas «buenas tardes» sin volverse hacia los circunstantes, y salía con los ojos torcidos, más feo y endemoniado que nunca. Al día siguiente lo mismo.
Vióse un dia Pirron acometido por un perro, y como se deja suponer, tuvo buen cuidado de apartarse, sin detenerse á examinar si aquello era un perro verdadero ó solo una apariencia; riéronse los circunstantes echándole en cara la incongruencia de su conducta con su doctrina, mas Pirron les respondió con la siguiente sentencia que para el caso era muy profunda: «es difícil despojarse totalmente de la naturaleza humana.»
Quedose, pues, sentada, paseando su mirada indiferente de una a otra parte de la sala, deteniéndola ahora en un grupo, ahora en otro de circunstantes y fijándola más particularmente en el pianista que ejecutaba a la sazón la sinfonía de Semíramis. Pocas veces había presentado el salón de los señores de Elorza aspecto tan brillante.
Estraño espectáculo fue éste para don Fernando y para todos los circunstantes, admirándose de tan no visto suceso.
¡Oh! basta, vecinas, basta, murmuró la más joven de las circunstantes, hablad de modo que no os oiga. ¡No hay una sola puntada en el bordado de esa letra que no la haya sentido en su corazón! El sombrío alguacil hizo en este momento una señal con su vara. Buena gente, haced plaza; ¡haced plaza en nombre del Rey! exclamó.
Finalmente, los vecinos de la población, á pesar de que no experimentaban ya interés alguno en este asunto, se dirigieron también á aquel sitio y atormentaron á Ester, tal vez mucho más que todo el resto de los circunstantes, con la fría é indiferente mirada que fijaban en la insignia de su vergüenza.
De pronto se abren con estrépito las puertas del salón y penetran en él cuatro muchachas en un estado de agitación que impresionó vivamente a los circunstantes. Sin hacer caso de los otros se dirigen todas al mayordomo de Quiñones: ¡Manín, un oso! ¡Manín, un oso! ¿Dónde? pregunta aquél sin inmutarse. En el bosque. ¿Quién lo ha traído?
Las exclamaciones de los circunstantes ante aquel caso extraño fueron interminables. Todos compadecían al viejo elegante: no tenían palabras bastante fuertes para condenar el brutal proceder de la chica. Sin embargo, debajo de los comentarios se adivinaba cierto regocijo que hacía brillar los ojos y pugnaba por salir en forma de carcajadas. El suceso era chistoso.
El Canelo se detuvo en su carrera y cayó herido mortalmente. El conde soltó una carcajada y dijo alargando la escopeta á miss Florencia: «Veo que aún no he perdido enteramente la puntería». Todos los circunstantes quedaron atónitos. Pedro se puso blanco como el papel; después le subió una ola de sangre á la cara y pasó un relámpago de ira por sus ojos.
Palabra del Dia
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