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Actualizado: 10 de julio de 2025
La conversación había llegado a esta altura, cuando los sirvientes anunciaron a varios caballeros que acababan de llegar. Los recientemente llegados eran siete u ocho personas. Cambiados los saludos de orden y algunas palabras de etiqueta sobre la salud de las familias respectivas, los circunstantes ocuparon sus asientos alrededor del salón.
¡Mi mujer, mis hijos! exclamó extraviado; ¿hay alguien que pueda darme ochenta mil nacionales? ¡Una limosna, por Dios! Le sacaron de allí, en medio de la emoción de los circunstantes. ¡Oro 348! dijo una voz. El alboroto seguía, entretanto.
En cambio me abstengo de ciertos vicios, como el de murmurar de mis superiores y compañeros profirió el capellán con acento insolente, mirando con afectación al techo. La alusión iba directamente al excusador, que acababa de hablar de la avaricia del cura. Así lo entendió él, y si no lo hubiera entendido claramente, se lo manifestaran los ojos de los circunstantes.
El tío Merlín bajó la cabeza, sonrióse, volvió á hacer rayitas en el suelo, y por toda contestación largó otro ¡jummmaaá! que produjo el mismo efecto que el anterior. Al cabo de un rato añadió: Señores, en el juriaco que se quiere abrir en la torre, ¿no ven ustedes ná? Los circunstantes se encogieron de hombros.
Afligidísimos quedaron los circunstantes; y aquellos á quienes la deshonestidad y la disolución les decían en el corazón que eran dignos de semejante fin, se helaron de pavor y susto. Otros creyeron que con la enfermedad maligna que tenía había delirado de aquella suerte, y por esto le llevaron á la iglesia, en donde, celebradas las exequias, le enterraron.
Mas todavía: no es necesario acudir á los circunstantes para encontrar la verdad; basta apelar al mismo encolerizado cuando haya desaparecido la ira. ¿Juzgará entónces como ahora? Es bien seguro que no; él será tal vez el primero que se reirá de su enojo, y que pedirá se le disimule su arrebato. Otra regla.
La señora de Villemaurin fijó en él sus ojos espantados. Un ligero murmullo elevose entre los circunstantes. M. L'Ambert saludó de nuevo, y añadió: ¡Dioch mío! cheñora marquecha, que día tan felich va a cher echte para todoch! Una mano vigorosa asiole por el brazo izquierdo, haciéndole girar sobre sí mismo. Volviose, y reconoció al marqués.
Farinelli ha hecho más... ha encantado, ha seducido caracteres más feroces aún: a los individuos que tenía en la corte, a sus enemigos, a sus rivales... ¡a mí mismo, señores!... ¡a mí! el famoso Caffarelli... Oigan ustedes lo que con él me sucedió, y del modo que le conocí. La atención de los circunstantes redobló con las palabras de Caffarelli, y todos se aproximaron para no perder una palabra.
¡No, realmente dijo el herrador con amargo sarcasmo, echando una mirada general sobre los circunstantes , y puede que no seáis testarudo como una mula, y puede que no hayáis dicho que la vaca no era una Durham colorada, y puede que no hayáis dicho que tenía una estrella blanca en la frente! Sostened ahora eso, ya que estáis bien dispuesto.
Palabra del Dia
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