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Actualizado: 25 de junio de 2025
Romadonga sintió un escalofrío mortal correr por sus venas. Volvió el rostro espantado y se encontró con la mismísima Concha. Instintivamente puso las manos por delante. ¡No seas tan jindamón, hombre! profirió la chula con voz ronca, apoyándose en cada sílaba y mirándole de arriba abajo con ojos torvos, despreciativos. ¿No ves que soy una mujer?
Esta pandereta, con la chula tocando la guitarra, para miss Newton. Si ella viera los originales, ¡qué desilusión!
En este bajo comercio era tramposa y desleal; y se desvivía y aguzaba el ingenio por el gusto de robar media peseta a una chula en un dije de similor.
A pie van también la chula y su amante, ella orgullosa, él celoso, haciendo ambos mutua ostentación de sus personas: el mozo con calzado de lo fino, pantalón ajustado, pavero y chaquetilla de pana: la chica con el cabello ensortijado, un peinecillo en cada rizo, pañuelo de seda caído sobre la espalda porque no oculte lo primoroso del peinado, y sobre los hombros el gran mantón de Manila que se empeña en los apuros, y por entre cuyos largos flecos asoman a cada paso dé su graciosísimo andar los bajos limpios y los pies chicos.
En el principal vivía, al comenzar este relato, un pañero, contratista de vestuario de presidios, en cuyos tratos, por quedar clavado, hacía de redentor el fisco; ocupaba el segundo un sastre de gente chula, que era además teniente de Voluntarios de la Libertad, como entonces se llamaba a los milicianos nacionales, y se recogía de noche en la bohardilla un matrimonio, sospechado de no serlo, que pasaba el día en los soportales de la calle de Toledo labrando cucharas de palo y vigilando un puesto en que se vendían ligas, bolsillos de punto, castañuelas, navajas y tinteros de cuerno.
Si el otro compraba una jaca española cruzada, ya estaba Ramoncito vendiendo la suya inglesa para adquirir otra parecida; si le daba por saludar militarmente llevándose la mano abierta a la sien, a los pocos días Ramoncito saludaba a todo el mundo como un recluta; si tomaba una chula por querida, no tardaba mucho nuestro joven en pasear por los barrios bajos en busca de otra.
La vergüenza hizo que volvieran los colores a las pálidas mejillas del fidalgo español. Es que tú no eres una mujer como otras... ¡Ya lo creo, caramba!... ¡Pues si me descuido, caramba! ¡Ya lo creo! ¡Si te descuidas, caramba! exclamó haciendo burla la chula. En verdad que Romadonga estaba descompuesto y aturdido que daba lástima. Si te descuidas, ¡na! prosiguió Concha.
Hízosele muy cortés recibimiento, y los que no pudieron agasajarle a él agasajaron a la Chula y al Turco, que iban apoyando la cabeza en todas las rodillas, lamiendo aquí un plato y zampándose un bizcocho allá.
Entre su doncella y la peinadora la vistieron de chula rica. Aquella mañanita de San Isidro, mientras duró el atavío chulesco, todo era regocijo en la casa, todo risas y alegrías. Don José andaba a gatas sirviendo de caballo a Riquín, ya vestido desde el amanecer de Dios, y Mariano cantaba en la cocina rasgueando una guitarra.
Se fue a una joyería y compró una sortija con tres brillantitos en forma de trébol: total sesenta duros. La hermosa chula también aceptó este regalo con un gozo que le hizo prorrumpir en exclamaciones. Aquella tarde estuvo amabilísima y jovial como nunca. Mas he aquí que a la tarde siguiente la decoración había cambiado por completo.
Palabra del Dia
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