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Actualizado: 28 de julio de 2025
¡Por Dios, señoritas, no deberían ustedes salir con este tiempo! Será mejor que me dejen mandar un recado al Instituto y les arreglaré aquí una buena cama. Mas la última frase se perdió en el coro de chillidos medio ahogados que arrojaban las niñas, agarradas de la mano, lanzándose en mitad del temporal, y muy pronto fueron envueltas en el torbellino huracanado.
Pues vais a ver; estaos quietos ahí. Y apartándose poco trecho de ellos se agazapó al lado de una puerta y soltó tres chillidos descomunales, idénticos a los que lanzan los perros cuando se les castiga. Un ladrido inmenso, furioso, universal, resonó inmediatamente por los espacios.
Se las oía gritar, desde la galería de cristales. Obdulia, Visita y Edelmira llamaban con aquellas carcajadas y chillidos a los hombres. Así lo comprendió Joaquín que propuso a Paco dejar el concierto de Quintanar y don Cayetano y correr detrás de aquellas. Deja, luego decía Paco, que gozaba mucho con las canciones antiquísimas de Ripamilán y ya se iba cansando a ratos de su prima.
Sólo a las lloronas les era lícito sonarse con estrépito y lanzar de rato en rato un ¡ay Jesús! o un suspiro cavernoso, que parecía queja del otro mundo. Escenas ridículas acontecían en los duelos. Un travieso, por ejemplo, largaba media docena de ratoncillos en la cuadra, y entonces se armaba una de gritos, carreras, chillidos y pataletas.
La afeminada comparsa avanzó entre las mesas, seguida del asombro de las señoras y los atrevimientos burlescos de los hombres. Algunos de éstos saltaban del requiebro a la acción, pellizcando al paso a las revoltosas señoritas, que contestaban con chillidos de miedo y pudorosos respingos.
En aquel murmullo se concentraban los chillidos para decir: «Somos granujas; no somos aún la humanidad, pero sí un croquis de ella. España, somos tus polluelos, y cansados de jugar a los toros, jugamos a la guerra civil». Llegaron a la vía férrea de circunvalación que corta el barrio, sin valla, sin resguardo alguno. La miseria se familiariza con el peligro como con un pariente.
Se le tiene compasión a un perrito de cría, se le quiere, no se le deja, sus chillidos inspiran lástima, y yo, que soy un hombre, una criatura de Dios, ¡a la calle! ¡si te quise, ya no te quiero! ¡a reventar de pena!... ¡Cristo! ¡Paece mentira que aún no me haya muerto!... Quedaron en silencio largo rato.
Todos nos dirigimos a él explicándole el suceso, de modo que, como todos hablábamos a un tiempo, imposible era que se hiciese cargo de él. Sin embargo, Paca, a fuerza de chillidos, logró dejarse oír. El guardia no quiso dar la razón a nadie y nos ordenó que fuésemos a la Inspección con él, y así lo hicimos, seguidos de un buen golpe de gente.
Don Pedro, medio a gatas porque de otro modo no se lo consentía la poca altura del desván, perseguía a sus primas, resuelto a tomar memorable venganza; y ellas, exhalando chillidos ratoniles, tropezando con los muebles y cachivaches esparcidos aquí y acullá, procuraban buscar la puertecilla angosta, para evitar represalias.
Después se miraba diez y nueve veces al espejo, se acicalaba, y en el colmo ya del regocijo, les quitaba a los chicos del tercero el tambor con que atronaban la casa toda, y tocaba por los pasillos con furor y denuedo, seguido de la turba infantil y por ésta con alegres chillidos aclamado.
Palabra del Dia
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