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Otros ponían de punta en medio de un bosque tres piedras grandes, y una chata encima, como techo, con una cerca de piedras, pero estos dólmenes no eran para vivir, sino para enterrar sus muertos, o para ir a oír a los viejos y los sabios cuando cambiaba la estación, o había guerra, o tenían que elegir rey: y para recordar cada cosa de éstas clavaban en el suelo una piedra grande, como una columna, que llamaban «menhir» en Europa, y que los indios mayas llamaban «katún»; porque los mayas de Yucatán no sabían que del otro lado del mar viviera el pueblo galo, en donde está Francia ahora, pero hacían lo mismo que los galos, y que los germanos, que vivían donde está ahora Alemania.

Y él no se hartaba de contar las cosas extraordinarias que había visto, durante la peregrinación, y en la capital misma. A ti dijo a su mujer te he traído un objeto de extraño mérito; se llama espejo. Mírale y dime qué ves dentro. Le dio entonces una cajita chata, de madera blanca, donde, cuando la abrió ella, encontró un disco de metal.

Sus facciones son tambien algun tanto diferentes: en ámbos sexos se encuentran, una cabeza grande, una cara ancha, pero ménos llena que la de los Chiquitos, los juanetes de esta mas pronunciados, una frente escasa y ligeramente combada, una nariz corta, chata aunque poco ancha, y sus ventanas muy abiertas, una boca mediana, labios poco gruesos, ojos pequeños y horizontales, orejas chicas, cejas estrechas y arqueadas, cabellos negros, largos, nada finos y muy tiesos.

Por una calle más alta, que ya se había inundado también, navegaba una canoa, larga y chata; traía hombres y mujeres casi desnudos, salvados por marineros de la Prefectura. Iban echados sobre fardos de ropa y miraban mudos la llanura de agua que se perdía hacia la campaña del sur. Aquella escena, en un silencio mortal, hacía la impresión del diluvio bíblico. ¿Y la iglesia? preguntó Adriana.

Media hora después vino don Matías Cepeda y fué presentado a él. El señor Cepeda no era un hombre simpático ni mucho menos; tenía la cara dura, juanetuda, la nariz chata, la frente pequeña y el bigote corto y cerdoso. Con don Ciriaco el señor Cepeda estuvo muy atento, y hasta pretendió ser ocurrente; a no me miró. Sin duda, el no tener cincuenta años, para don Matías era una impertinencia.

Era lo que veían los cazadores un descanso, y nadie podría expresar hasta qué punto aquellos seres venidos de tan lejanas tierras, con sus rostros cobrizos, sus grandes barbas, sus ojos negros, su frente hundida, su nariz chata y sus harapos pardos, parecían extraños y pintorescos al borde de la laguna, al pie de las ingentes rocas verticales que sostenían los verdes abetos junto al cielo.

Arrastrado por su entusiasmo enumeraba al sacerdote, como si éste fuese un cultivador, todas las operaciones que durante el año había que realizar con aquella tierra, sometida a un continuo trabajo para que diese su dulce sangre. En los tres meses últimos del año se abrían las piletas, los hoyos en torno de las cepas para que recibiesen la lluvia: a esta labor la llamaban Chata.

Y, aunque es mi boca aguileña y la nariz algo chata, ser mis dientes de topacios mi belleza al cielo ensalza. Mi voz, ya ves, si me escuchas, que a la que es más dulce iguala, y soy de disposición algo menos que mediana. Estas y otras gracias mías, son despojos de tu aljaba; desta casa soy doncella, y Altisidora me llaman.

Era el bachiller, aunque se llamaba Sansón, no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón, de color macilenta, pero de muy buen entendimiento; tendría hasta veinte y cuatro años, carirredondo, de nariz chata y de boca grande, señales todas de ser de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas, como lo mostró en viendo a don Quijote, poniéndose delante dél de rodillas, diciéndole: -Déme vuestra grandeza las manos, señor don Quijote de la Mancha; que, por el hábito de San Pedro que visto, aunque no tengo otras órdenes que las cuatro primeras, que es vuestra merced uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido, ni aun habrá, en toda la redondez de la tierra.

Las facciones de los Atenianos son bastante toscas, sin que haya en esto diferencia alguna entre ámbos sexos: tienen la nariz corta y chata, la tez demasiado trigueña, y casi todos ellos están salpicados de manchas blancas por el cuerpo y en la cara, lo que contribuye á darles un aspecto muy estraño.