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Actualizado: 2 de junio de 2025
Y los vecinos de las Claverías sentían halagado su orgullo de parias cuando veían al príncipe eclesiástico arrastrar su sotana de vivos rojos por los andenes de piedra para sentarse en el cenador y charlar más de una hora con la vieja, mientras los familiares permanecían respetuosamente de pie en la puerta de la verja. A Tomasa no le enorgullecía este honor.
¡No me pegue usted, señor Pedro, que yo no he tenido culpa! Fué ella quien me mandó á llamar. El guapo sonrió y repuso cariñosamente: No temas, querido, ninguna gana tengo de pegarte... Al contrario, deseaba verte y charlar contigo un rato...
Estaba pálido, demudado. Una arruga dolorosa surcaba su frente. Clementina le echaba de vez en cuando miradas furtivas. Cuando el joven aristócrata se levantó para irse, también quiso hacer lo mismo. La dama le retuvo por la mano. No: quédese un momento, Alcázar. Tenemos que hablar. Y se retiró como otras veces al antepalco y comenzó a charlar con la amabilidad y franqueza de siempre.
Yo me he puesto detrás de la puerta a escucharles, y les he sentido charlar muy animados, sumamente animados; pero no he podido entenderles una sola palabra. Les he oído reír, sí, reír mucho, pero ¿de qué...? Aquí hay algo, Relimpio; aquí hay algo».
Luego la seguía con gritos de alegría hasta la plazoleta donde se alzaba la casa de D. Félix. Huyósele á éste por completo la tristeza del alma al escuchar las esquilas y los mugidos de su ganado. Salió á la puerta con faz sonriente y comenzó á examinar sus vacas y á charlar animadamente con los dos zagalones que las conducían, haciéndoles mil preguntas y encargos.
Siendo al fin más fuerte que su timidez su apetito de charlar, rompió el silencio de esta manera: «Señorita, ¿se cansa usted de esperar?... Todo sea por Dios. No hay más remedio que conformarse con su santa voluntad». Pero como su ánimo no estaba para vanidades, fijó toda su atención en las palabras consoladoras que había oído, contestando a ellas con una mirada y un hondísimo suspiro.
Mejor: así la veré á usted más veces. Y le saldrá á usté muy cara la obra. Á ese precio vaya usted haciéndome camisas. Pues ya que no regatea usté el tiempo, voy á robarle hoy un cuarto de hora. ¿Para charlar?...; aunque sea medio día. No, señor, para ir á una tienda que está junto á la calle Alta, á comprar ... cuatro cuartos de orejones, que me gustan mucho.
Lleva aquí dos días... No entiendo lo que pueda ser. ¿Qué te parece que hagamos? Nada, papá. Si habla, oírle; si no, dejar que pase el tiempo. Ya lo sabremos. ¿Ha venido a casa de sus padres? Bien venido sea. ¿No tiene confianza con nosotros? Pues no se la arranquemos por fuerza. Está frío, indiferente... No: él debe ser así. No es momento de charlar ni quiero molestarte ahora.
De noche, antes de recogerse, el marqués se le entraba en el dormitorio a fumar un cigarro y charlar. La conversación ofrecía pocos lances, pues siempre versaba sobre el mismo proyecto. Decía don Pedro que le admiraban dos cosas: haberse resuelto a salir de los Pazos, y hallarse tan decidido a tomar estado, idea que antes le parecía irrealizable.
Maltrana, que iba de una mesa a otra para charlar con sus «queridos amigos», aceptando una copa aquí y bebiendo media botella más allá, se fijó en los ojos de Maud. Pero ¡cómo mira esa señora!... ¡Ni que se lo fuese a comer!... Desde una mesa cercana los espió con cierta envidia. Cerca de media noche abandonaron sus asientos.
Palabra del Dia
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