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Actualizado: 25 de julio de 2025


Quince días después, el cabo de miqueletes del puerto de la carretera de Elguea participó al comandante de Lúzaro que en la peña llamada Leizazpicua encontraron el cadáver de un hombre de unos cuarenta años de edad, arrojado por las olas. Vestía el cadáver, traje de marinero, compuesto de elástica de lana de punto y pantalón y chaleco con botones amarillos.

¡Ay!, yo iba a ver si te sacaba la cartera sin que me sintieses... Vaya con la descuidera... ¡Quia!, si no ... Esto quien lo hace bien es Guillermina, que le saca a Manolo Moreno las pesetas del bolsillo del chaleco sin que él lo sienta... A ver... Jacinta, dueña ya de la cartera, la abrió. ¿Te enfadarías si te quito este billete de veinte duros? ¿Te hace falta? No por cierto.

Vestía igualmente el chaleco con botones de plata, la chaqueta de paño verde y la montera de pico; pero en vez del calzón corto y la media, gastaba aún el pantalón largo y encarnado que había traído del ejército, aunque remontado ya de pana negra por trasero y muslos. Los dos primeros, primos hermanos, habitaban en Entralgo. El segundo en Canzana, lugar de la misma parroquia.

Pero teniendo que mascar la torta por la mañana y las rosquillas por la tarde y ponerse el chaleco floreado y la montera de los días de fiesta, no parece bien llevar las espaldas rameadas de vardascazos. , Quino, ¿cómo te vas á presentar delante de Telva con un chichón en la frente? Y Bartolo, ¿con qué garbo vas á bailar en la romería si te dejan más derrengado de lo que estás?

Estoy en casa vistiéndome... siento un susurro, algo así como paso de ladrones; miro, veo un bulto, doy un grito... Es ella, la rata que ha entrado y se va escurriendo por entre los muebles. Nada; por pronto que acudo, ya mi querida tía me ha registrado la ropa que está en el perchero y se ha llevado todo lo que había en el bolsillo del chaleco.

Azorín, alto, inquieto, nervioso, vestido de negro, con un bastón que lleva diagonal, cogido cerca del puño a modo de tizona; Sarrió, bajo, gordo, pacífico, calmoso, con su chaleco abierto y su gran hongo de copa puntiaguda. Yo no si en Alicante habrán reparado en estas dos figuras magnas; acaso no. Los grandes hombres suelen pasar inadvertidos.

El cual, no parándose a reconocerla, se la colgó en un abrir y cerrar de ojos, sepultó la mano en el bolsillo del chaleco, y sacando un puñado de monedas de plata, las desparramó sobre el mármol, exclamando: «para los mozosLa acción fue tan rápida, que algunas rodaron, y después de danzar sobre la lisa superficie, vinieron a aplanarse con sonoro tañido.

Tal vez no habían conocido a sus madres, y esto era mil veces peor que tener una aunque fuese como la suya. Olvidó repentinamente todas las precauciones de su carácter económico, y dejó el puñado de pesetas que llevaba en el chaleco en aquellas manecitas, que, asombradas y faltas de costumbre, no sabían cómo oprimir la lluvia de plata.

Por más que á don Silvestre repugnara el desprenderse de sus cómodos hábitos, al día siguiente tuvo que empaquetarse en los nuevos que le trajeron de una elegante ropería; pero como el diablo las carga, si bien, con trabajillos y todo, parecieron pantalón, levita, chaleco y sombrero, para las piernas, tronco, cuello y cabeza hercúleos de don Silvestre, no hubo un par de botas para sus pies en toda la corte, pues, como decían los zapateros á quienes se acudió, «hormas de tal tamaño no se hacían en Madrid sino de encargo».

No seas tonta. Lo que ganas en dos meses te lo doy yo en un minuto. Por hablar nadie se pierde. Sigún... y yo no quiero líos. Don Juan sacó del bolsillo del chaleco cuatro monedas de a veinte reales y quiso ponérselas en la mano. ¿Va usted a comprar la barandilla del Prao? Toma, mujer.

Palabra del Dia

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