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Actualizado: 28 de junio de 2025


Un horror que no puedo expresaros, Catalina. Oídme y juzgad.

Una claridad gris se esparcía en la habitación. Algunos heridos, en la sala contigua, empezaban a sentir el delirio de la fiebre y se les oía llamar a sus mujeres y a sus hijos. Poco después, un rumor de voces, un ruido de idas y venidas, rompieron el silencio de la noche. Catalina y Luisa se despertaron y vieron a Juan Claudio, sentado cerca de la ventana, que las miraba con ternura.

Al cabo de cinco minutos, Catalina abrió la puerta, y apareció junto con su marido en el jardín. ¡Vos aquí, Marta, a estas horas! dijo . ¿Os han obligado a salir del castillo antes que fuera de día? La viuda le echó los brazos al cuello, la atrajo a su pecho y le murmuró: ¡Catalina! ¡ah, Catalina! ¡Dios me ha dado la victoria!

Ana dirige cumplidos lisonjeros á la Princesa, y maldice para su posición inferior, que la obliga á arrodillarse. Catalina le manda levantar, porque tales testimonios de respeto corresponden sólo á Dios; después la misma Reina intenta ver á su esposo, pero Wolsey, ante la puerta del gabinete, se lo niega.

Ha llegado tarde este año, pero el que viene... ¡Pobre Santa Catalina! Ya puede aprovechar lo poco que le queda... ¡Viva San Pablo!... 25 de noviembre. Hoy gran fiesta para las solteras, jóvenes y viejas. A primera hora, esta mañana, Celestina, de muy buen humor, se paseaba en su cocina con ardor febril. Pero, mujer, te estás cansando le dije con conmiseración.

Doña Josefa, la hija del conde de la Monclova, siguió habitando en palacio después de la muerte del virrey; mas una noche, concertada ya con su confesor, el padre Alonso Mesía, se descolgó por una ventana y tomó asilo en las monjas de Santa Catalina, profesando con el hábito de Santa Rosa, cuyo monasterio se hallaba en fábrica.

Si no le hubiese retenido el pensamiento de encontrar a Catalina, se hubiera ido a América. Llevaba ya más de un año sin saber nada de su novia; en Urbia se ignoraba su paradero, se decía que doña Águeda había muerto, pero no se hallaba confirmada la noticia.

Lo más pronto que puedas. Bueno. Adiós. Adiós y prudencia. Martín salió de la iglesia, tomó por la calle Mayor hacia el convento de las Recoletas, paseó arriba y abajo, horas y horas sin llegar a ver a Catalina. Al anochecer tuvo la suerte de verla asomada a una ventana. Martín levantó la mano, y su novia, haciendo como que no le conocía, se retiró de la ventana.

¡Pobre muchacha! ¡Eso nada significa! contestó la escéptica Catalina. No puede una nunca decir nada de estos hombres... ¡Son tan falsos! Además, yo siempre tengo tan mala fortuna. ¡Pues... Catalina! comenzó Carolina. ¡Silencio! La señora va a decir algo dijo Catalina, con una sonrisa. Las educandas harán el favor de prestar atención dijo pausadamente una voz indolente.

¿Quién? preguntó con interés Carolina, que no comprendía nunca claramente cuándo Catalina hablaba formal. ¿Quién? ¡Pues el hombre que nos salvó anoche! Acabo de verle hace un instante llegar a la puerta. Calla: dentro de un momento estaré mejor. Y la hipócrita se pasó patéticamente la mano por la frente con ademán trágico.

Palabra del Dia

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