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Actualizado: 28 de junio de 2025


¿Qué significa este conocimiento que tenéis con don Francisco de Quevedo, prima? dijo severamente la abadesa. Le conozco desde que era muy joven contestó con desdén doña Catalina. Pero no creo que le conozcáis lo bastante para acompañaros con él.

No comprende usted esas cosa dijo la anciana con voz reposada y seria ; pero usted ¿no ha tenido nunca ideas de esta clase? Entonces, ¿cree usted en lo que ha contado Yégof? , lo creo. ¡Cómo, Catalina, usted, una mujer de buen sentido! Si fuera la señora Rochart, no diría nada... ¡Pero usted!

Dos minutos después los cristales volaban en pedazos; los muebles, los jergones y la ropa blanca salía por todas las ventanas a la vez. Catalina contemplaba aquel estrago con aire tranquilo, y su nariz aguileña parecía más inclinada hacia la boca.

Catalina, verdugo sin consejo, Ingrata á tanto bien como tenia, Habiendo muerto el padre, como viejo, Con el marido á veces mal se habia. Matarle determina: el aparejo En un mozuelo halla, á quien quería En un supremo grado; de tal suerte, Que á todos tres causó su querer, muerte.

Una de ellas era Linda; se acercó al sepulcro de Zalacaín y dejó sobre él una rosa negra; la otra era la señorita de Briones, y puso una rosa roja. Catalina, que iba todos los días al cementerio, vió las dos rosas en la lápida de su marido y las respetó y depositó junto a ellas una rosa blanca. Y las tres rosas duraron mucho tiempo lozanas sobre la tumba de Zalacaín.

Antes de llegar a Urbia, a un lado y a otro, se veían casas de campo derrumbadas, fachadas con las ventanas tapiadas y rellenas de paja, árboles con las ramas rotas, zanjas y parapetos por todas partes. Martín entró en Urbia. La casa de Catalina estaba destrozada; con los techos atravesados por las granadas, las puertas y ventanas cerradas herméticamente.

¿Si no aceptara? repitió el intendente con una mueca de desconfianza sería la prueba de que me habéis engañado, Catalina, y claro que después de este ultraje, no soportaría ni un momento su presencia en el castillo. Pero ¡bah! ¡bah! no es posible que me rechace.

respondió Catalina como saliendo de un sueño . ¡Cuántas gentes habrán sufrido aquí frío, hambre y miseria! ¿Y quién lo ha sabido? Nadie. Puede ser que, pasados cien, doscientos, trescientos años, vengan otros también a refugiarse a este mismo lugar.

Catalina lo tranquilizaba entonces, como diciéndole con su mirada cariñosa: Espérate a que eduque a Cónsul, para convidarte con champaña y gallina, como Niní a Sansón, el hombre de las pesas falsas y de los músculos postizos... Una noche estuvo Raguet más exigente que de costumbre. Necesitaba en ese mismo instante trescientos francos...

Señora dijo el aya cuya atención se había despertado al oír estas últimas palabras , desearía ir hasta la casa de Catalina, la mujer del guardabosque. Eso me consolaría un poco en medio de mi desgracia.

Palabra del Dia

irrascible

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