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Actualizado: 3 de junio de 2025
Aunque mis ojos iban presurosos de un lado a otro, no logré ver a Gloria. En cambio, al acercarme a la cancela en compañía de don Oscar tuve un encuentro, que por poco se convierte en catástrofe y da al traste con todos mis planes.
Varias casas importantes, se decía, se encontraban envueltas en este desastre. Huberto arrojó el diario con cólera; todo se conjuraba en ese día para certificarle la catástrofe. A fin de distraerse de estas preocupaciones nuevas para él, decidió que iría a almorzar al club. Pero en el camino lo atacaron penosas reflexiones. ¿Qué haría? ¿Seguir el consejo de su madre?
El joven recordaba confusamente las grandezas que había oído de boca de don Eugenio: los recuerdos gloriosos del arte de la seda, los brillantes trabajos de los velluters que cincuenta años antes hacían danzar las lanzaderas allí mismo, del amanecer hasta la noche; y sentía cierta pena, un malestar extraño, como si se encontrara ante las ruinas de una ciudad muerta y todavía vibrasen en el espacio los últimos estallidos de la catástrofe.
Y como viera que la causa principal el perrazo bayo había desaparecido del sitio de la catástrofe, Lorenzo se aventuró a montar de nuevo, estimulado sin duda por la experiencia recogida, que le enseñaba cuánto suelen ser de soportables algunas caídas.
Llegó a la roca más alta, la más saliente e inclinada hacia el abismo, y agarrado a la punta, rasgándose el pecho contra las asperezas de la peña, tendió los ojos fuera de las órbitas por aquella extensión inmensa, buscando una señal, un punto negro, un ligero estremecimiento en la superficie del agua... ¡Nada!... ¡Nada más que aquellas olas tan azules y tan bellas a pesar de catástrofe tan horrenda, aquel cielo tan puro y tan radiante a pesar de horror tan profundo!
Acudieron entonces á su memoria los amores pasados, los dulces días de la ilusión, el tiempo en que su mujer le quería; y todo ello enterneció por tal arte aquel pecho nada varonil, que el desgraciado se deshizo en lágrimas, dando sollozos, gemidos y hasta gritos, moviendo á gran compasión el verle y el oirle. El P. Jacinto llevó á D. Fadrique la noticia de la catástrofe.
Luego, cuando se imaginaba haber organizado su existencia definitivamente las satisfacciones de la elegancia para el mundo y las dichas del amor en íntimo secreto , una catástrofe fulminante, la intervención del marido, cuya presencia parecía haber olvidado, trastornó su inconsciente felicidad.
La parte de la tierra, tal vez, te corresponda a ti. Muñoz no pudo sacarle más una palabra. Y se retiró intrigado por aquella última frase. En la calle tiró los fragmentos del retrato de Adriana. Pero al punto, desandando el trecho andado, volvió a recogerlos. Durante largo rato todavía quedó Julio abatido por la gravedad de la imprevista catástrofe.
Cuando estallaron bombas en las calles, el compañero Luna fue el primer sorprendido por la catástrofe y el primero también en entrar en la cárcel, a causa de la popularidad de su nombre... ¡Oh los dos años pasados en el castillo de Montjuich!
Araceli, la niña espiritual y aristocrática de los señores de Escudero, tocaba a la meta de sus ambiciones heráldicas. Iba a ser duquesa. Poco después de la catástrofe sobrevenida a don Germán y de su viaje misterioso, se le ocurrió al duque del Real Saludo el morirse de una apoplejía fulminante.
Palabra del Dia
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