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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Después del primer aturdimiento de la sorpresa, los ojos, acostumbrados á la obscuridad, empezaron á ver débilmente, gracias á la penumbra que llegaba de las habitaciones inmediatas. Además, el ligero movimiento de una de las piernas de Gillespie dejó filtrar un rayo de luz, y esto sirvió para que toda la concurrencia reconociese cuál era el origen de la catástrofe.
Se fue a un agujero muy grande que hay allá arriba dijo Nela, deteniéndose ante el doctor y dando a su voz el tono más patético y se metió dentro. ¡Canario! ¡Vaya un fin lamentable! Supongo que no habrá vuelto a salir. No, señor replicó la Nela con naturalidad . Allí dentro está. Después de esa catástrofe, pobre criatura dijo Golfín con cariño , has quedado trabajando aquí.
Un bote lleno de personas había sido encontrado por el vapor. Los otros buques de auxilio tropezaban igualmente poco á poco con las demás embarcaciones ocupadas por los supervivientes de la catástrofe. El salvamento general iba á ser un trabajo breve.
En la narración, por el contrario, del Sr. López Roberts se advierten el libre albedrío y la consiguiente responsabilidad de los personajes del espantoso drama, por cima de cuya catástrofe brillan la reconciliación suprema y el orden, la esperanza y el bien en el conjunto de los sucesos y de las cosas.
El pueblo de Bauan, aunque al principio había estado también á orillas de la laguna se había trasladado al interior antes de esta catástrofe. Bayalan y los pueblos de aquel rumbo también padecieron bastante. Hubo muchas muertes de personas á quienes alcanzaron las piedras del volcán y los desplomes de los edificios.
Se quedarían después de esto tranquilos como siempre, esperando que llegase la hora de perecer en otra catástrofe. ¡Ah, si ellas llevasen pantalones! ¡Si las dejasen intervenir en los asuntos de los hombres!... Otra cosa sería. Y los albañiles contestaban con un gesto de desaliento. ¿Qué iban a hacer? No tenían armas; estaban cansados de que les pegasen a la menor protesta en la calle.
En las puertas de todas las tiendas aparecían las cabezas curiosas de los dependientes, con la misma expresión que si presenciasen el último acto de un drama. Los dueños, de pie en la entrada de sus establecimientos, volvían la espalda a Las Tres Rosas y fruncían el ceño, como si les doliese presenciar aquella catástrofe.
Y si las circunstancias rodaban de tal suerte que fuese imposible en tres o cuatro días gozar una hora de soledad, su espíritu voluntarioso se exaltaba, botaba dentro del cuerpo como un corcel impaciente, y estaba dispuesta a arrojarse a la mayor imprudencia. Luis temblaba, empalidecía, siempre en espera de una catástrofe.
Sentía ese estupor de una persona herida por el rayo, en el esplendor de su existencia, en su honor, en su inocencia; la indignación de una mujer honesta públicamente insultada, el temor vago de una catástrofe desconocida, próxima y terrible.
Aún podíamos vernos; aún podíamos hablarnos. Llorábamos como se llora en la casa de un muerto cuando está todavía de cuerpo presente. El dolor parece anestesiado por el aturdimiento de la catástrofe; hay todavía una realidad que sirve de consuelo; queda aún el cuerpo ante la vista: se llora más por el futuro que por el presente.
Palabra del Dia
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