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Actualizado: 3 de mayo de 2025
La compañía de Cristóbal Ortiz y los hermanos Valencianos trabajaban á mediados de 1620 en el Coliseo, con gran satisfacción de todos, cuando vino á poner súbitamente término al regocijo, la catástrofe ocurrida el jueves 25 de julio.
En ese renunciamiento había una sombría grandeza que daba la medida de la fuerza de aquella alma; pero no cabía duda de que también su amor ignorado la había lanzado contra la italiana. El arrepentimiento del Príncipe, su conducta ambigua durante los últimos meses, su dolor después de la catástrofe, todo se explicaba. Al negar que era amante de la nihilista, había dicho la verdad.
La muerte del Mosco impresionó mucho a Maltrana. Pensó con remordimiento que tal vez tenía él cierta intervención en esta catástrofe. El dañador, empujado por la cólera, se había entregado a sus expediciones arriesgadas, como si retase a la muerte.
Harto se conocía este resultado en los gritos de alegría, en aquel concierto de injurias con que el vencedor confirma la catástrofe del vencido, cuando éste vuelve la espalda. El sitio donde yo estaba se vió despejado por el avance de nuestras tropas, y en casi todos los jefes que allí había observé tal expresión de gozo, que sin duda consideraban asegurada la victoria. ¡Oh, momento feliz!
Todos presentían que aquella cabeza no estaba segura sobre el soberbio cogote y esperaban por momentos alguna catástrofe; pero el hidalgo demostraba importársele una higa de la delación y del riesgo, perorando aún con más vivo coraje cuando se hallaban presentes el señor Corregidor don Alonso de Cárcamo o el fraile dominico en quien todos sospechaban un espía del Santo Oficio y del Monarca.
Todas ellas ostentaban en sus birretes los varios colores de las catorce Facultades que clasifican la sabiduría entre los pigmeos. El cortejo fué desapareciendo lentamente bajo la mesa. Sintió el gigante una ruidosa agitación junto á sus pies, pero hizo esfuerzos por mantenerlos inmóviles, temiendo provocar una catástrofe.
Parécele escuchar el estrépito de su casa que se derrumba, la casa Esteven y Compañía, y no quiere darse vuelta, de temor de no poder soportar el espectáculo de la catástrofe. La luz roja llega y míster Robert sube al tranvía.
Paquito de Asís bajó, contra la opinión de su padre, que temía cualquier catástrofe inesperada, y a la media hora subió contando lo que ocurría. «Abajo hay una guardia de paisanos». ¿Con armas? Sí, de las que cogieron esta tarde en el Parque... Pero es gente pacífica. Unos llevan sombrero, otros gorra, este montera y aquel boina. Parece que están de broma.
Estaba muy retepeinada y garifa, en previsión de que la hubieran llamado para aceptar benignamente los homenajes del médico, pero había oído los gritos de su mamá, y acudía ceñuda y grave al lugar de la catástrofe.
Afortunadamente, salió del peligro pronto: a los cinco días ya se le permitía hablar, aunque no mucho. Julia no se apartaba de su cabecera. La mamá era la encargada de recibir las numerosas visitas que llegaban; y por cierto que no se hartaba de contar a todo el mundo los pormenores de la catástrofe.
Palabra del Dia
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